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UNIVERSIDAD DE PALERMO

ASOCIACIÓN ARGENTINA DE PREVENCIÓN DEL SUICIDIO

IV ENCUENTRO NACIONAL UNIVERSITARIO SOBRE PREVENCIÓN DEL SUICIDIO

 

 

"Abuso sexual infantil y procesos autodestructivos"

 

Lic. Jorge Garaventa

 

A los fines de un mejor entendimiento utilizaré el genérico masculino abogando, una vez mas, por el establecimiento de un lenguaje no sexista

Introducción

La profundización de la problemática del abuso sexual infantil, sobre todo la incidencia del hecho traumático en la psiquis de las víctimas ha venido a desmoronar algunas teorías que atribuían determinadas decisiones suicidas a cuestiones meramente existenciales, a la sensación de misión cumplida en esta vida o sencillamente aburrimiento, cuando no, exceso de sensibilidad, para soportar el sufrimiento cotidiano.

Lejos de ello, el desgano vital y la profundización de la mirada en intentos de suicidios tanto exitosos como fallidos suele hablar de lo que ocurre en la psiquis de quien cuando niño debió sufrir la intromisión perversa de la sexualidad adulta en la propia en incipiente desarrollo.

Quiero expresar mi mas profundo agradecimiento a la Universidad de Palermo, a la Asociación Argentina de Prevención del Suicidio, y en especial al Lic. Carlos Martínez por la generosa invitación a este encuentro.

Durante la mañana hemos podido escuchar la notable idoneidad con que diversos especialistas se han referido al acto suicida y las circunstancias que lo determinan.

Intentaré algunas pinceladas desde la experiencia que hace años vengo realizando en el abordaje en adultos, de las consecuencias del abuso sexual infantil. Se sabe hoy que esta agresión es de alta frecuencia y que un gran porcentaje ocurre dentro del hogar. Hablamos también entonces del incesto-paterno filial y de la agravante circunstancias de que un niño o una niña sean abusados por quienes se supone y espera que los eduquen, protejan y les garanticen un sano desarrollo. Le siguen luego, en esta nefasta escala, educadores y guías espirituales, cerrando el círculo, amigos y conocidos. Paradójicamente la experiencia muestra que cuando de abuso sexual infantil se trata, no son los lugares conocidos los mas seguros. En palabras de Eva Giberti, refiriéndose al abuso en particular y al maltrato en general, no suele ser la familia el mejor espacio de protección. Fuera de los lugares cotidianos de los niños, aparece la violación con el uso de la fuerza física como una modalidad frecuente. A nivel clínico esto último permite una elaboración psíquica menos compleja una vez que se logran desgastar los efectos de la irrupción violenta. No obstante seguimos hablando de situaciones de extrema gravedad psíquica.

El abuso sexual infantil está inmerso en episodios de seducción en el marco de una situación afectiva de alta composición transferencial. Es esta situación afectiva la que produce la confusión y consecuente parálisis y sumisión ya que el niño responde con mas afecto y se encuentra con la contundente irrupción de la sexualidad adulta con efectos de desborde psíquico imposible de ser tramitado adecuadamente. Estamos entonces en presencia de un shock traumático con características particulares en el que culpa y disociación ocupan lugares destacados.

La disociación es un esfuerzo extremo de la psiquis que intenta, aunque fallidamente, que el niño pueda continuar con su habitualidad. A la mirada simple se lo percibirá extraño, y sencillamente distinto para quienes están en contacto cotidiano. Es decir, con la personalidad cribada desde la cual hay un constante derramamiento de síntomas y/o indicadores. No hay razones válidas para no advertir que una situación grave ocupa su psiquis.

Pero mas directa aún con la temática que hoy nos convoca es la culpa y su marcada participación en la transformación de la realidad psíquica del sujeto.

La relación afectiva que une al niño con el abusador mas el perverso juego de éste, termina por convencer a la víctima de que ha sido su accionar el que ha motivado al adulto para perpetrar el abuso. Siendo culpable de semejante situación, apenas un paso se necesita para que se establezca un pacto de silencio que posibilita la permanencia de las situaciones de abuso. Si algo de esto trasciende no solo será castigado sino que todo lo que pueda ocurrir en el entorno será su responsabilidad. No olvidemos que hubo una etapa previa de hechizo o encantamiento donde el amor lo dejó a merced de una relación desigual. Reconociendo precisamente esta asimetría es ineludible señalar que la víctima es siempre el niño y el victimario el adulto.

La culpa tramita múltiples sensaciones en la psiquis infantil entre ellas, tal vez la más nociva, la de suciedad. No puede amarse quien transita la vida con psiquis y cuerpo sucio. Un cuerpo sucio es despreciado, odiado, repudiado, a veces negado. La conciencia sucia es campo de angustia permanente. Así se crece. El adulto que ha sido niño abusado, lejos de devenir abusador como sostiene un mito sin ningún fundamento en la clínica y en la teoría es propenso a padecer situaciones abusivas en todos los ámbitos de su vida. Encerrado en esa caja de cristales oscuros que no permiten una mirada distinta supone que la vida es eso, ni más ni menos que un recorrido constante inundado de angustia. No sabe cuidarse ni pretende hacerlo. Porta conductas autodestructivas y de descuido que, de ser exitosas lo librarían finalmente de ese cuerpo despreciable y esa angustia lacerante, a veces amnésica, y por ende más terrible, que siempre está.

Cualquiera de estos momentos, en estado de pico, puede precipitar el acto suicida. La historia clínica hablará de melancolía o depresión endógena.

Hoy intercambiamos sobre prevención del suicidio. Mucho podemos hacer si desconfiamos de estructuras psíquicas inamovibles y con tendencia irreversible a la autodestrucción inmotivada. Hay una película en el cine psíquico del sujeto adulto, abusado cuando niño, que se da en continuado. Es necesario encontrar las herramientas para entrar en la función, transitarla, desguazarla en cada una de sus escenas y restituirle el sentido en un trabajo palabra a palabra con el sujeto sufriente.

Pero hay otra forma más primaria de prevención y más efectiva aún. Escuchar a los niños, valorizar su palabra, darle crédito y contención. Cuando la palabra de un niño circula, cuando siente que su verdad ocupa un lugar en el universo simbólico adulto, cuando se recrean los modos de contención, cuando se lo supone sujeto de derecho, pero no para diseñarle formas penales de incriminación sino para convertir su palabra en plena, estaremos vacunándolo tempranamente contra el suicidio y las conductas autodestructivas.

Buenos Aires, 13 de Septiembre de 2008