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ANOREXIA Y BULIMIA                                                                                                 

Una mirada desde los derechos humanos

 

 

Lic Jorge Garaventa

Buenos Aires

Argentina

jorgegaraventa@hotmail.com

 

 

Aclaración inicial: para la lectura se utilizará el genérico masculino de algunos términos que en la escritura contienen el símbolo @.

 

 

Si aún no tuviera plena vigencia el Modelo Médico Hegemónico, hablar de Salud mental y Derechos humanos sería una recurrencia tautológica pues estaríamos refiriéndonos a conceptos imbricados, inseparables.

Cuando hablamos de modelo médico hegemónico no estamos hablando de las características personales del esforzado profesional que transita hospitales y consultorios en búsqueda del bienestar del paciente, sino de un esquema de pensamiento y de acción, una estructura que determina una forma de concebir la salud, las acciones a realizar y la relación con el paciente que está instalada como natural en el ámbito social, lo que significa que cuenta con un importante consenso en la población y que implica al paciente como objeto pasivo y obediente de las consecuentes acciones derivadas del saber médico. Saber que además, hiperfragmentado por la especialización post moderna hace que los dos polos del proceso de salud pierdan la noción de totalidad. En ese camino, el paciente además suele perder la dignidad, el bienestar y hasta la vida.

Como aclaración ampliatoria deseo dejar en claro que el MMH no es privativo de los médicos, incluye a todos los profesionales de salud, y en una definición mas amplia sostengo que es tributaria de la relación profesional-cliente en general.

En general, esta estructura a la que hacemos referencia, incluye al grueso de los participantes del sistema, y es necesaria una fuerte reflexión ética para poder desembarazarse de este legado cultural que hiberna en las facultades.

La tarea no es sencilla. Algunas corrientes psicoanalíticas, para confrontar a una línea teórica a la que adhiero, cuestionaron con asombrosa claridad el MMH y sus derivados y a la vez, reprodujeron en las instituciones y en la práctica lo peor del esquema cuestionado.

 

La anorexia y la bulimia son un ejemplo que permite ver algunas de las cuestiones relatadas y otras mas.

Los primeros casos de los que da cuenta la psiquiatría son de casi dos siglos atrás, pese a lo cual mayoritariamente se las sigue considerando patologías derivadas de culturas actuales sobre cuerpos y alimentaciones light.

Al hacer un recorrido sobre la bibliografía existente, solemos sorprendernos no solo por lo que se afirma, sino por aquello que el inconciente de los autores filtra en los textos.

En un libro de desarrollo bastante coherente y fundamentado dice una de las autoras: "...se trata de síndromes alarmantes, ya que hasta puede haber riesgo de vida...". Tal vez aquí está la clave: ¿Cuál es el riesgo de vida de la anorexia y la bulimia?, ¿ Que siniestro pacto familiar lleva a l@s enferm@s a jugar con la muerte, a punto tal que se inventan un motivo, huevo de tero, un cuerpo que no les gusta, que en realidad nunca vieron, para que en ese sacrificio propiciatorio culposo quede invisible la violencia familiar generadora de estructuras autodestructivas. ?

Sostengo que en los casos de trastornos de la alimentación subyace siempre la violencia hacia los niñ@s, aún en los casos en que no han existido golpes ni gritos.

También digo, pese a que intentaré hacer algunas generalizaciones, que esto debe ser tomado simplemente como un esquema de reflexión pues, al sabio decir del Dr. Ramón Carrillo: " no existen enfermedades sino enfermos" por lo cual es muy osado afirmar que lo que le pasa a Pedro es lo mismo que le pasa a María. En esa traslación, se van perdiendo paulatinamente Pedro y María y el sedimento resultante es un esquema conceptual bonito para el profesional que puede instalarse como intermediario distorsionante entre el decir del consultante y la oreja del terapeuta.

Resulta tal vez llamativo pero lo cierto es que l@s portador@s de este tipo de patología repiten hoy el recorrido hecho, un siglo atrás por quienes padecían histeria. Una larga batalla para que su palabra sea escuchada.

Con increíble desparpajo se describe en los tratados especializados la certeza de que bulímic@s y anoréxic@s mienten. ¿O se cansan de no ser escuchad@s, pregunto yo.

No estoy diciendo que no se trata de una afección seria, tampoco que no haya que pensar en un dispositivo especial. Es mas, difícilmente haya algún éxito terapéutico si no hay una mirada que desafíe lo clásico. Pero desafiar lo clásico no significa la caída (en todo sentido), en tratamientos con estructuras de sumisión, semicarcelarias, coercitivas y sin el mas mínimo respeto a los derechos humanos de l@s pacient@s, que anonimizan al ser, arrojándolo en desintegración identitaria o en algún grado, siempre severo de alineación. De consentimiento informado por supuesto, ni hablar.

Estoy investigando, tratando de desglosar un cuadro derivado de ese tipo de tratamientos, con características propias y al que llamo "Síndrome de mutación psicopatológica por inducción terapéutica", donde, los síntomas socialmente graves son reemplazados por otros aceptados en el entorno, que implican un grado importante de despersonalización con características de adoctrinado-adoctrinante. Este tipo de trastorno post tratamiento es también de común hallazgo en "egresados" de Comunidades Terapéuticas de adictos a las drogas.

Se deduce fácilmente que la remisión de los síntomas de anorexia y/o bulimia en esos casos es sumamente frágil.

Malena es una familiar muy directa. Tanto ella, hoy mayor de edad, como sus padres, me autorizaron a difundir parte del historial.

Tenía 17 años cuando aquel domingo la encontré en un cumpleaños. Sumamente delgada. Supe que pesaba 35 Kg. Ya ni tristeza le quedaba en aquella mirada distante y autista. Arrastraba su buzo y su pantalón largamente excedidos en su talle, y que sin embargo para ella se ceñían incómodamente sobre su cuerpo, denunciando su gordura.

Historia conocida en estos casos, había intentado varias cosas, casi todas sin éxito.

Una nutricionista con la que finteaban constantemente intentando imponer el peso adecuado según cada una. Una psicóloga a la que le inventaba desayunos, no muy abundantes, para no despertar sospechas, pero que jamás existieron, y algún médico que recetó vitaminas vía oral, pero si fuera necesario, las pasarían a inyectables.

Malena iba haciendo pactos que nunca cumplía. Nadie preguntaba porqué. Todos se remitían a reforzar los mecanismos de vigilancia consensuados con los padres, para desbaratar los fraudes. Medía su cuerpo con la percepción de su esquema mental, cada vez mas obeso, y de a poco se iba muriendo.

Había estado internada en el Policlínico Ferroviario Central de donde fue externada tras la promesa de que iba a comer adecuadamente.

Su segundo periplo fue la Maternidad Sardá. El suero, la alimentación vía venosa y una relación transferencial sumamente positiva con la médica de cabecera insinuaron el camino de una recuperación.

No iba a durar demasiado el idilio con la salud. La médica debió viajar al exterior y decidió una insólita derivación a una de las instituciones mas famosas de tratamiento de anorexia; "famosa" en todo sentido.

En ese momento fue el encuentro casual conmigo. Malena se negaba a estar feliz porque la pesaban de espalda. Por las horas inmóvil frente a un plato de comida que se negaba a ingerir, porque no podía ir al baño con las puertas cerradas, porque sus compañeras recuperadas tenían derecho a hacerle violentas reconversiones verbales: No quería sonreír por los psicofármacos y las vitaminas que la obligaban a tomar. Seguía seria cuando le sacaron la puerta de su cuarto y nada quiso saber de alegrías cuando desaparecieron los espejos.

No dudé que estaba frente a un desafío, que sin duda iba a ganar Malena, pero el precio con el que iba a pagar su triunfo era con su vida o con su salud mental. Otra forma de morir, de cualquier modo.

Tampoco dudé en que ante tanta sordera consensuada, ante la evidente violación de los derechos de Malena tenía el deber de actuar.

Le dije que quería verla al día siguiente en el consultorio. Con evidente desgano me dijo que no, que tenía que ir al tratamiento. Puedo hablar con tu madre para que vengan a verme en vez de ir allá si querés, dije (no la dejaban ir sola a ningún lado, y ya tampoco podía por su debilidad. Bueno, me dijo, y fue la primera vez que un brillo vital pareció asomar en su mirada.

Allí estuvieron. Hablé claro con ambas: me hacía cargo del tratamiento pese a la cercana relación familiar: La vería 3 veces por semana al principio, en mi consultorio. Apenas pudiera vendría sola. Se restituirían puertas y espejos en la casa. Se dejarían sin efecto los esquemas de funcionamiento familiar para controlar su alimentación. Malena retomaría plenamente su gobierno sobre ello manejando su dieta en acuerdo con una nutricionista y un médico de mi confianza, siempre y cuando lograran ser de la suya. No se volvería a hablar de colaciones, almuerzos y meriendas compulsivos. Tenían 24 hs para decidirlo.

Hubo una reunión familiar difícil según supe. Había mucho temor a mi propuesta. El llanto desesperado de Malena y la firme convicción materna en mi propuesta inclinaron finalmente la balanza.

La madre informó telefónicamente a la institución el cambio de tratamiento. La respuesta no se hizo esperar. 24 Hs después reciben una carta documento citándolos en la institución. Se les responde por teléfono y se les dan todos los datos del nuevo tratamiento y del profesional a cargo.

Pocos días después llega una citación judicial. Había una demanda contra los padres por abandono de persona y contra mi por instigación. Pero la citación era para los padres que debían concurrir con la menor.

La providencia jugó fuertemente a favor de Malena; el Secretario del Juzgado primero, y la Trabajadora Social luego la escucharon y creyeron su sufrimiento, con el agregado de que conocían mi trabajo por mi desempeño con dos menores judicializados, internados en una institución estatal en la que yo trabajaba y que tenía a cargo terapéuticamente.

El juez decide una especie de guarda terapéutica bajo mi responsabilidad y con el sistema de carga pública. Yo debería dar cuenta por escrito del tratamiento, y Malena debería entrevistarse periódicamente con la Trabajadora Social.

Para sorpresa de todos, incluso mía, el interés de la paciente se desplazó rápidamente desde su cuerpo y la comida a los secretos familiares que se alojaban en su cabeza. No abundaré en detalles, pero en esencia, el cuerpo flaco o gordo pasó a ser sexualidad o no y todo era una gran ceremonia de muerte para evitar la hecatombe familiar que se avecinaba o fantaseaba.

En poco tiempo vino sola. Su madre, ante la pérdida del escudo, fanática como era de todo tratamiento de rejuvenecimiento, comenzó a ser invadida por la una vergonzante soriasis y a sufrir ataques de angustia que le impedían salir sola.

Malena empezó a hablar de lo que sabía, a devolver a cada uno lo suyo y volvió a sonreír. Sonrisa que se empalidecía periódicamente por el enojo que tenía con todos y que empezamos a disipar a medida que denunciábamos su complicidad. Su rol estrella en el medio de esta trama, pero sin gloria musulmana. No hizo ningún desborde anoréxico durante el tratamiento. Podría haberlo hecho y yo estaría contando lo mismo: Que no es fácil, que no es simple, que no siempre sale bien, pero que cuando hay escucha y respeto por los derechos se recorre un trecho importante hacia la salud y la felicidad de l@s pacient@s.