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 IV Simposio Internacional sobre Patologización de la infancia

 

“Con los Abusos Estábamos Mejor”

La Inscripción Perversa del otro en el Cuerpo del Niño

 

Lic. Jorge Garaventa

 

 

Ayer falleció Marcelo, su muerte, demasiado temprana,   nos confronta como sociedad. No bastaron sus propios esfuerzos ni de quienes tuvimos en su camino algún tipo de responsabilidad terapéutica. Transitó el mundo buscando identidad, algo, alguien que transformara su propia mirada de desecho de carne al servicio de un abusador de niños. Algo de eso encontró en su incipiente adolescencia cuando sacando pecho como el más descarriado de los pibes del barrio primero y del instituto después, logró una etiqueta que le diera un rol social aunque sea en un expediente judicial: menor abandonado- adicto- en conflicto con la ley penal. Había razones para desenrolarse y así se le propuso y así lo intentó. No supe de él desde su desinstitucionalización hasta hace muy poco, cuando me contacto a través de las redes sociales. Marcelo, como muchos otros, parecía sobrar en un mundo que exige parches rápidos porque necesita sujetos para la producción de plusvalías. Porque de lo que se trata, de lo que se trató, es de una lucha cuerpo a cuerpo contra el abuso sexual infantil, que requiere tiempos y recursos que rara vez están a disposición del sufriente.

Ahora si, vuelvo a lo que había pensado para hoy.

Un terapeuta ha de saber que detrás de un niño demasiado atento a su escena interna; lo suficientemente activo como para intentar exorcizar las molestias que le han instalado en su piel; con conductas regresivas disfrazadas de enuresis o encopresis secundaria como una manifestación- deseo de que su cuerpo desande lo andado, o cualquier otra conducta- símbolo, pueden esconderse las manifestaciones mas elementales del abuso sexual infantil.

La detección de este propone dos escenarios posibles según este sea intrafamiliar o haya sido perpetrado por un extraño. Pero no ha de perderse de vista que la nueva situación no supone alivio para el niño. Que un abuso cese es mucho pero no es todo en una psiquis que no deja de ser abusada y ante los avatares que las situaciones judiciales y familiares proponen, o sencillamente, porque su propia culpa lo convierte en  “Bob el destructor”. El abuso sexual infantil es precedido generalmente de un proceso de seducción que atrapa al niño, ávido de cariño, no de genitalidad. He allí el caldo donde se cultiva la culpa.

El niño necesita seguir diciendo, y ese decir repara si su palabra es alojada. Mientras tanto, la tentación medicalizadora está al acecho. ¿para qué someterlo a tanta angustia si hay una química que atonte su dolor? Un poco tonto, si; lo que se puede esperar de un niño que fue abusado en un mundo de adultos desatentos e hiperactivos que solo pueden detenerse lo indispensable.

Dice El Principito que “Las personas mayores no entienden nunca nada por sí mismas, y es cansador, para los niños, darles una y otra vez explicaciones…”

Manuel se acababa de separar de su esposa cuando llega al consultorio. En realidad ella lo planteó sin espacio para el diálogo. Entre las causales que llevaron al desenlace habló de violencia de género. Por otras circunstancias que no vienen al caso sonaba extraña esa autoincriminación. ¿cómo es eso? ¿la golpeaste? ¿la insultaste?

Me miró asombrado.  Nunca le podría pegar a nadie, me dijo, ni insultar. Pasa que soy loquito, agregó. Me pongo nervioso, me enojo y me saco. Empiezo a golpear todo y creo un clima horrible….me insulto a mi mismo…todo el tiempo…

El significante “loquito” vibro largamente en las sesiones hasta que un día produjo asociación. Nunca supe si el recuerdo emergente estuvo oculto por supresión o por represión. Nada cambia para el sufriente salvo por la circunstancia de que en el primer caso sabe de que se trata el sufrimiento, y en el segundo hay una angustia tan intensa como difusa porque “no sabe que sabe”

Mi abuela abusaba de mi, lanzó un día, sin anestesia. Creo que desde muy chiquitito, bah, para mi fue siempre. Me iba a buscar a la escuela y estábamos solos hasta la nochecita que volvían mis padres. Era en la siesta, me parece que me hacía el dormido, pero también me parece que era como si me desmayara. Me hacía mucho mal, estaba toda la mañana en la escuela pensando en lo que iba a pasar, no me podía quedar sentado, movía las piernas, me levantaba, iba y venía. Me iba muy mal, no podía estudiar. Mi mamá me pegó varias veces porque traía bajas notas y la maestra le decía que yo no hacía caso, que no prestaba atención. Ya me habían dicho que si no mejoraba me iban a meter en un colegio de curas.

Una noche mi papá me dio una paliza muy fuerte porque mi mamá me explicaba y yo no le prestaba atención y no aprendía. Al día siguiente mi mamá me dice que no voy a ir a la escuela porque los chicos me van a cargar porque estoy todo lastimado. No sabés como se fue tu papá al trabajo, me dijo, destrozado. Nos vas a matar a todos si seguís haciendo esas cosas. Yo me quería matar pero no sabía como, pero además el cura nos había dicho que los que se suicidaban iban al infierno y eso era horrible. De cualquier manera tampoco iba a ir al cielo porque tomaba la comunión pero nunca le pude decir al cura lo que hacíamos con mi abuela. No se qué me pasó esa tarde. Cuando mi abuela me quiso tocar empecé a gritar y a darle patadas y manotazos. No quiero, no quiero, le gritaba. Mi abuela se enfureció. Mocoso de mierda, me dijo, a mi no me vas a pegar, te voy a arrancar los ojos. Y me rasguño toda la cara. Salí corriendo y me metí debajo de la mesa del patio. Estuve mucho tiempo ahí hasta que mi abuela vino. Bueno Manuelito, ya está, te perdono. Vamos a lavarte la cara, mirá como te hiciste. Portate bien, por esta vez no les voy a contar nada a tus padres.

¿Qué te pasó en la cara???!!!! Preguntó la madre sorprendida y angustiada. Manuel insistió en que se lo había hecho él y que no sabía porqué. La abuela confirmó que estaba muy nervioso, que le había querido pegar a ella y que después se había rasguñado todo. El médico lo deriva a un instituto de neurología donde le detectan una disfunción cerebral mínima. No hay lesión importante pero el grado de disfunción era suficiente para provocar las conductas hiperactivas y las distracciones casi permanentes. Se lo medicó severamente al principio ya que había tenido conductas agresivas para consigo mismo y para terceros y se le aconsejó a los padres que por ese año no fuera a la escuela. Quedaba en casa al cuidado de su abuela, que nunca mas intentó abusarlo pero que lo trataba todo el tiempo con desprecio e indiferencia. Cuando volvían sus padres ella se ponía amorosa con el. Muchas veces estuvo tentado de contarles como lo trataba pero temía que ella lo delatara sobre lo que habían hecho. Fue un año y medio de muchísima soledad ya que tampoco iba a la casa de compañeritos ni ellos lo visitaban. Era el loquito que había querido pegarle a su abuela y se había lastimado todo. ¿Qué no podía hacer con un compañerito?

Manuel era un “disfuncionado”, y dice el manual: se trata de alteraciones de diversas funciones cerebrales superiores que se expresan a través de trastornos en áreas de la conducta, la motricidad, los niveles superiores del lenguaje. Se le atribuyen causas etiológicas exógenas instaladas en estadios prenatales, perinatales y postnatales, tales como hipoxia, desnutrición fetal, exposición fetal a radiaciones y enfermedades, consumo materno de alcohol, tabaco, etc. Como causas endógenas, se mencionan factores genéticos y trastornos concomitantes del metabolismo. Las manifestaciones de la disfunción cerebral mínima abarcan diferentes áreas; entre las más frecuentes figuran los trastornos de la conducta (síndrome hipercinético); trastornos de la motricidad (torpeza motora); trastornos del lenguaje verbal (problemas articulatorios y disfasias); trastornos del aprendizaje (de la lectoescritura: dislexias y disgrafías, y del cálculo: discalculias).

El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV) nos simplificó todo al traducirlo como Trastorno por Déficit de Atención. Bastará la presencia de algunos síntomas, menos aún en la versión V, para que psiquiatras, psicólogos, docentes y hasta algunos padres puedan arribar con certeza a la tranquilizadora etiqueta…detrás vendrán los medicalizadores.

Lamentablemente la contundencia de esta historia no la hace excepcional sino cotidiana. Porque de lo que aquí se trata es de poner a disposición de quien tenemos enfrente esa herramienta tan codiciada que todo nos devela: la escucha. Y una escucha que ha de ser necesariamente desconfiada, paranoica, pero no de quien tenemos enfrente sino de los discursos que porta, aquellas vestiduras con la que lo han arropado para que transite como es necesario o se corra del camino…para que ese niño deje ya de joder con la pelota.

Tampoco se trata de buscar el abuso sexual infantil en cada conducta sino desbrozar lo que hay detrás de lo que hay detrás, para que la palabra, el grito o el llanto irrumpa y tome forma. La etiqueta es cómoda para nosotros.  Para el paciente es pura pulsión de muerte porque es el fin de la escucha y la palabra.

La modernidad, no obstante, no deja de sorprendernos por su capacidad de reacción. Cuando el grueso de nuestros recursos estaba al servicio de lo que aquí (d)- enunciamos aparece otro guerrero en las sombras, es el Síndrome de Alienación Parental, el SAP que pretende que el grueso de los abusos paterno- materno filiales no existen mas que en la mente del niño o niña que ha sido programado por el otro progenitor para acusarlo, en el marco de disputas de la pareja, en general de divorcios conflictivos. Una muestra mas de la inagotable creatividad perversa cuando de lo que se trata es de silenciar la palabra del niño sufriente. Pero ese será tema para otras contiendas y otros simposios. Muchas gracias!