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De Mínima que te Respeten...de Máxima, Reina

La Horizontalidad de la violencia contra la mujer

 

Jorge Garaventa

 

Avatares de un país que puede parir una reina en el seno de una familia aristocrática ganadera, de alta prosapia en asistencias dictatoriales, pero que no se priva de hacer crecer las tasas de femicidio, año a año...no vamos a habla de Máxima que tuvo la vaca atada a su cuna desde el momento mismo de su concepción y que pudo beber la leche de las elegidas, sino de las historias mínimas, de aquellas que ni siquiera parecen tener derecho a cursar una vida digna.

Desde que Ladi Di decidió hacer público los trasmuros de un reinado que la llevaron a la muerte, supimos lo que sospechábamos, que la violencia contra la mujer se aloja en cualquier estamento social y que en todo caso lo que varía es la grosería o sutileza con que se la ejerce y las herramientas con las que puede contar quien la padece, para librarse de ella. Igual, con sus peculiaridades, siempre hay una cultura al servicio de su naturalización. Que las reinas no nos sensibilicen por su opción por los privilegios, no nos impide ver qué hay detrás de esas sonrisasazules, siempre perfectas.

De últimas de lo que se trata es de establecer que el despropósito mayor  es que en el 2013 sigan existiendo reinados, y más aún en los cultísimos y sobre educados países del primer mundo.

Los reinados, sin excepción, son la ostentación del triunfo de los que más tienen sobre el resto de la sociedad. La acumulación indebida de tierras, bienes y demás derechos son fruto de históricos despojos delincuenciales. No hay reinados cuyas historias no estén teñidas de rojo ni cuyas extensas posesiones no se cimenten en abonos de cadáveres de los desposeídos por ellos mismos.

Encima, sus riquezas son sostenidas por el Estado. Cuando se habla de crisis económicas de los reinados, no se habla de las economías propias de las familias reales, que siempre están a buen resguardo sino del daño que la succión privilegiada le produce a los “súbditos” que los mantienen.

Se dice que los reinados son hoy decoraciones que sostienen tradiciones pero que no inciden en las democracias. Difícil creer que el homenaje vivo, cotidiano e institucional a quienes se adueñaron de la riqueza pública no haga síntoma en la cultura. Por eso, perdón por el desvío, abogamos por la desmonumentalización de Julio Argentino Roca ya que nos avergüenza la gloria a los expoliadores y asesinos de los dueños de la tierra.

Distinto y más rico sería el mundo si la historia actual no hubiera desembocado en tanta Reina y tanto Papa y  las tradiciones de depredación que simbolizan.

No es necesario ser feminista  para entender que la historia de los sometimientos sociales va de la mano de la violencia hacia las mujeres. Lo que hoy visualizamos escandalizados, el crecimiento de los femicidios, está lejos de ser locura del siglo XXI. Basta querer mirar.

Aclaramos de paso que ser hombre y feminista es un contrasentido, además de una postura de ficción para la foto. El feminismo es una expresión del colectivo de mujeres con diversas concepciones sobre lo femenino o lo masculino. Podemos acompañar, adherir pero sin pretender ser parte de esos espacios. Bastante tenemos con intentar desentrañar las idas y vueltas de la masculinidad.

En tiempos de diversidad sexual, neoparentalidades y matrimonios igualitarios, las postales de la historia nos siguen mostrando la misma imagen, la china feliz junto al gaucho o los indios”, muy serios, (nunca sonríen en las fotos o en los dibujos), junto a sus “indias”.

Es que las luchas entre los hombres parecen haber sido siempre por los bienes y por las mujeres. La historia oficial suele hablar de las cautivas, aquellas “blancas” arrebatadas por los malones y sostenidas en las tolderías a fuerza de castigos, humillaciones y violaciones. Habla también de algunos relatos de indias que se “enamoraron” de invasores blancos…en medio de batallas.

Cada historia de horror habla también de este otro horror, el padecimiento de la mujer por ser mujer. El asco nazi hacia el pueblo judío tenía un límite. El sometimiento, también sexual de la mujer.

Es que la cultura patriarcal, sólida e inmemorial es eso, la costilla del hombre.

De cómo muchas mujeres sostienen, legalizan y defienden este status vigente es otra historia que no obstante no nos habilita a despegarlas tan fácilmente del lugar de víctimas. Por supuesto que partimos de sostener que el empoderamiento de las víctimas es uno de los caminos más dignos de salida de la violencia contra la mujer.

Daniela Hooghiemstra, escritora y periodista holandesa especializada en la Realeza decía ayer: “Máxima es la que manda en la pareja”. Habiendo crecido recorriendo bares y bodegones no pude menos que recordar a aquellos hombres gastándose a si mismos todo el tiempo porque “la que manda en casa es la bruja”, esa misma bruja que más de una vez aparece teñida de moretones por pretender transgredir los límites de su reinado hogareño, esa prisión predeterminada.

Y muchos y muchas podrán decir que las brujas no existen…pero que las hay, las hay.