volver

 

La Defensa Corporativa

 

Jorge Garaventa*

 

La reacción que han tenido las autoridades en relación al Jardín de Infantes de Castelar donde varios niños y niñas podrían haber sido abusados por el cocinero, suena drástica para una mirada inocente, y sin embargo habilita varias lecturas.

La Dirección General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires  solicitó a los dueños del establecimiento que desplazaran a la directora general del colegio; al ayudante de cocina sindicado en las denuncias, a la maestra de la sala de 3 años, a la directora del nivel inicial, al equipo de psicología de la institución y a toda persona implicada o que hayan tenido alguna responsabilidad en el cuidado de los chicos.

¿Qué fue lo que motivó semejante decisión? Que la reacción del Jardín de Infantes y sus autoridades no escapó a la clásica respuesta de las instituciones cuando un caso de abuso sexual infantil estalla en las aulas. Lejos de lo que se podría suponer, un acercamiento afectivo y solidario con las pequeñas víctimas y la disposición institucional frente a la Justicia, la respuesta suele ser una reacción corporativa de descalificación de las palabras de los niños, las niñas y de sus padres, un aislamiento expulsivo y la mirada ciega hacia situaciones que por su evidencia pornográfica, está lejos de ser producto de fantasías de niños de tres años.

La energía de la reacción entonces no deja de ser sospechosa de un acto producido por percibirse en el lugar de la complicidad. Más de un mes había transcurrido desde la primera denuncia y a nadie se le movió un pelo. “Más que cuidar a sus hijos, lo que pretenden es salir en los medios”, suelen enrostrar con desparpajo a los padres que ante la inacción de todos los estamentos, encontraron en la denuncia pública la única herramienta para que alguien haga algo. Mientras tanto, los únicos acusados son quienes denunciaron que el emperador estaba desnudo porque tuvieron el mal gusto de escuchar a sus hijos y poner en dudas lo angelical dela “familia educativa”

Sabemos cómo siguen estas cosas, pericias y contra pericias revictimizantes para los niños y las niñas, cuestionamiento a las medidas que apunten a protegerlos ya que “sólo se trata de una sospecha”,acusaciones de falsas denuncias ya que parece que para algunos abogados padres y madres se asocian perversamente, inoculan relatos en sus hijos, pactan falsas denuncias y mediatizan supuestos abusos tomando algún chivo inocente, con el sencillo objetivo de recaudar reparaciones económicas. Estrategias para sobrevivir en la argentina de economías paradojales.

Y si hay algo que completa el panorama de nuestras inquietudes es el recuerdo, (maldita memoria!) del deslucido desempeño que tuviera el Fiscal de la causa cuando participó en el caso Grassi. Confusiones de roles que, a decir de los testigos de aquellas épocas,lo hacían más parecido a un defensor que a un fiscal. Pero, como diría cualquier interno de Felices los Niños…luego se rescató.

Que no quepan dudas que un abuso como este del que nos ocupamos, difícilmente ocurra sin algún grado de complicidad, ya sea directa y conciente, o como mínimo la que surge de la indulgencia y de la desidia. ¿Cómo puede ser que nadie advirtiera nada?

Dice la crónica policial que los abusos fueron perpetrados contra varias niñas, y que el delito se extendió a través del tiempo.

Ninguna niña o niño se divierte con el abuso, su personalidad se va tornando gris, sus ojos son faroles de tristeza y la alegría deviene anecdótica.

Los niños avisan, pero en épocas de la jactancia de la visibilización, todos los ojos que debieran haber visto, no vieron; las orejas dispuestas a escuchar se volvieron sordas, y una vez más la voz de los niños tronó solitaria, como último fusible ya que fallaron todos los mecanismos de prevención…una vez más.

No hay abuso sin consenso social, sin algún grado de complicidad, sin descuido o sin desidia. Cualquiera de esas cosas puede ser, y como mínimo estamos ante la responsabilidad por omisión, también en pleno goce publicitario del “interés superior del niño”

Es tan grande el grado de implicancia y descuido de quienes deberían cuidar, y tan repetido en los distintos escenarios, que tal vez por eso se va abriendo el riesgo de más de lo mismo: “no hay posibilidades de que los hechos hayan ocurrido porque ello implicaría una fantasiosa extensión de las complicidades”. Así rezan varios fallos. Pero como si una cosa nada tuviera que ver con la otra, se sigue afirmando la existencia de redes de prostitución y pornografía infantil.

Las respuestas corporativas suelen ser las más dañosas para las niñas que pueden hablar y para los padres y madres que pueden escuchar.

Un caso de abuso sexual infantil que se está procesando hoy en los tribunales marplatenses, es una muestra más que elocuente de nuestros dichos: una docente, claramente denunciada por sus alumnos de jardín de infantes cuenta con la defensa acorazada de directivos, compañeros y compañeras, y también con su gremio que advierte sobre una campaña para involucrar a los docentes de las escuelas en temas de abuso sexual infantil, muchos de los cuales, respalda el gremio,tienen su origen en conducta de los progenitores o  fantasías de los niños.

Las marchas de defensa suelen ir acompañadas de una queja sobre el fiscal que, en vez de escuchar la palabra de los adultos responsables, cree en las fantasías exacerbadas de la niñez.

El abuso sexual infantil,mientras tanto, persiste en su nivel de incidencia mientras que a diario en los consultorios, estallan las esquirlas de las cifras negras, el relato de aquellos adultos, no pocos, que lo padecieron en su niñez.

Solo teniendo en cuenta algunos de estos mecanismos que contamos, entenderemos esta cuestión tan dolorosa: el abuso sexual infantil vino para quedarse. Lo grave es cuando se le cede la silla para que esté cómodo.