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¿Enfermedades? ¿Orgánicas?*

Jorge Garaventa

 

 “Cuándo y por qué sirve el psicoanálisis... cuando se está angustiado, mucho y a menudo, cuando se tiene miedo: miedo de salir solo a la calle, de quedarse solo en casa, miedo de tomar un avión. O cuando, estando sano y fuerte, se teme morir, despacito, de cáncer  o de golpe, del corazón. Hay muchos “cuandos”.

Marie Langer

 

Desde la implacable profundización de Freud en la psiquis humana que permitió visualizar la disociación fundamental del sujeto consigo mismo es muy difícil pensar que existen las enfermedades mentales por un lado y las orgánicas por otro. Si lo enfocamos psicoanalíticamente, dicha división solo puede sostenerse a los fines didácticos. De lo contrario estamos confundiendo los desacuerdos que hombres y mujeres sostienen con su propio cuerpo, el tremendo esfuerzo de portarlo. Una cosa son las manifestaciones sintomáticas, las formas y lugares de la expresión, y una muy otra son las razones últimas de su ocurrencia, independientemente que las conflictivas decidan inervar la psiquis o el soma.

No era Freud un fanático de las enfermedades mentales, ni siquiera tenía una especial atracción hacia las histéricas al menos en la forma en que las concibió luego de su pasaje iniciático donde queda prendado de las formas de observar que encontró en Charcot.

Más bien era un neurólogo con inquietudes  dispuesto a encontrar en los pliegues de lo orgánico las causas últimas de las enfermedades humanas.  Sus estudios sobre la médula de la anguila atestiguan un tanto este camino orgánico evolucionista que parecía destino ineludible para el joven vienés.

Sabemos, y lo sabemos justamente por Freud, que las cosas no son tan lineales como nuestros relatos, que las construcciones son víctimas de la historización que termina siendo la verdadera historia, pero nuestras razones tenemos para aferrarnos al relato porque necesitamos decir en esta breve introducción que Freud se encuentra con Charcot no casualmente y que si se sorprende de las prácticas y los descubrimientos de su maestro es porque llega a la Salpetriere ostentando una forma de pararse frente a la enfermedad que luego  adjudicaría a su maestro: si la experiencia nos muestra algo diferente de la teoría que sostenemos, al diablo con la teoría. Y sin embargo no estamos frente a un pragmático sino a un observador severo dispuesto a confrontar a diario sus construcciones teóricas. Si el Psicoanálisis es grande y amplio es merced a la grandeza y amplitud de criterio su fundador. Amplitud de criterio que, no obstante, nunca dejó de ir de la mano de la rigurosidad científica, status que Freud jamás le negó a su disciplina.

Hecho este recorrido nos habilitamos, entonces sí, a transitar la ficción que divide las enfermedades orgánicas de las mentales sabiendo que de lo que se trata es de desentrañar las razones últimas de su derrotero.

Tal vez parezca que de lo dicho hasta aquí, nada se diferencia de la psicosomática, pero no es tan así.

No pretendemos que sea este un camino novedoso, habida cuenta, además, que una minuciosa revisión bibliográfica suele ser la tumba de muchas construcciones presentadas como una mirada original.

Entendemos que la psicosomática revoluciona el campo de la medicina y de la psicología cuando establece el origen psíquico de muchas de las llamadas hasta entonces, y aún hoy, enfermedades del cuerpo, mientras que nosotros intentamos el rescate del descubrimiento freudiano original cuando descentra al individuo situándolo en el ya mentado conflicto consigo mismo. Las enfermedades, sea cual fuere su geolocalización en el ser parlante, serían tributarias de ese desaguisado.

Y lo rescatamos convencidos de que no se le ha dado la suficiente importancia, en función de adaptarlo a los tiempos del capitalismo y por ende, de respetar la honorable división de trabajo interdisciplinario en el que se disecciona el estudio del sujeto, bastante disociado ya por estructura y sujetado por las tramas metonímicas, a un discurso  que no es ni del cuerpo ni del alma sino del inconciente.

Las honrosas excepciones no nos impiden ver  en el campo de lo interdisciplinar  una juntada de distintas profesiones rezando parcialidades sobre el sujeto que cada quien ve, con lo cual estamos a mucha distancia de responder la pregunta acerca precisamente de si lo interdisciplinar es una fantasía plagada de buenas intenciones.

No es que reneguemos de ello, de hecho el Psicoanálisis se ha demostrado idóneo en la profundización de pensamiento colectivo. Más bien hablamos de implementaciones banales y mezquinas que también abundan, independientemente de las buenas voluntades de sus portadores, lo que provoca no ya una disociación sino un spliting en el abordaje del paciente padeciente.

La transdiciplina, tal vez bastante más cercana a nuestras concepciones, no se ha decidido aun seriamente a plantarse en la plataforma de lanzamiento.

El psicoanálisis se diferencia entonces de la medicina, de la psicosomática y de la psicología ya que no considera el origen somático de las enfermedades, como la medicina, ni busca la motivación psíquica de algunos padecimientos como la psicosomática y la psicología sino que concibe las enfermedades físicas y psíquicas como un derivado del conflicto del sujeto con su hiancia fundamental que podrá hacer punta de playa en el soma o la psiquis según el derrotero singular de un corpus totalizador erotizado.

Hablamos, que quede claro, de cómo concebir al sujeto y de las formas de escuchar al analizante. Ya Freud mismo nos advirtió que establecido el apoyo somático es difícil, soberbio y hasta iatrogénico prescindir de la medicina y el fharmacón, aclaración que pecaría de banal de no ser porque nos movemos en el reino del buen decir de los malentendidos.

Un paréntesis para establecer otras cuestiones. A veces se confunden formas, estilos, frecuencias sintomáticas y se concluye erróneamente en un  concepto ajeno al psicoanálisis, la patología de época. Dicha concepción, de amplia raigambre culturalista, descansa en la no discriminación sustantiva entre aparato psíquico y subjetividad. Nos referimos a frase del tipo: “hoy el cuerpo se enferma más”

Esto nos posiciona en la necesidad de repensar el psicoanálisis en la misma línea que Freud y Lacan, entre otros, lo plantearon e hicieron. No es un desafío simple ya que a más de un siglo de su diseño la aplicación de sus premisas fundamentales continúan siendo las que mayor eficiencia y profundización garantiza en el basto campo de las prácticas psi.

Un sujeto analizado es quien marcha hacia un grado de reducción de las contradicciones consigo mismo, aquel a quien el bienestar le resulta un horizonte alcanzable.

Va de suyo que estamos lejos de las verbalizaciones new age y sus promesas paradisíacas. Más bien, y aplicando nuestras propias herramientas no resulta difícil advertir en estas corrientes, el exitoso paso de la “Desmentida” en un discurso que muestra el fracaso estrepitoso del “Yo” ante la arremetida del “Ello”

Se observa en muchos de estos posicionamientos el terreno fértil donde estragan las enfermedades orgánicas ante un sujeto que ha logrado obturar exitosamente toda posibilidad de expresión de la angustia.

También ocurren otras cuestiones por supuesto ya que el psicoanálisis posibilita algunas lecturas psico sociales pero con la exigencia no negociable de que toda conclusión válida ha de partir del campo de la singularidad.

Se trata entonces de otra afirmación posible que da cuenta de nuestras concepciones: el Psicoanálisis es sobre todo la ciencia que intenta la profundización última de la singularidad del sujeto. Y estamos ante una definición distintiva en el campo de las prácticas psi.

La relación del sujeto con las enfermedades orgánicas es una preocupación de vieja data. Una revisión bibliográfica al paso da cuenta de lo que decimos. No son pocos los psicoanalistas que demuestran desde hace décadas su temprano interés por este acontecimiento revolucionario en la vida de hombres, mujeres y niños. Marie Langer y Roberto Harari por ejemplo, que mucho han tenido que ver con nuestra formación.

Eso no nos impide ver que por algunas razones posiblemente relacionadas con el horror a una alocada invasión de un cuerpo extraño en el propio, el interés por el tema se ha mostrado lacunar, momentáneo e inestable.

Pero andábamos por la zona de la necesidad de confrontar al psicoanálisis consigo mismo desde una actitud responsable y epistemológicamente sólida. En ese camino reconocemos entre nosotros los impecables aportes de Ricardo Rodulfo, Marisa Punta y Juan David Nasio así como también las precisas intervenciones de cirugía fina desde un freudismo más puro representado por Luis Horstein e Isabel Lucioni a cuyas producciones remitimos en la bibliografía de referencia.

Siempre reivindicamos pero a su vez alertamos sobre el grito de Lacan en 1953 inmortalizado a través del Seminario I, Los escritos técnicos de Freud cuando insiste en la palabra viva del maestro francés, y refiere a un verbo sujeto a revisión. Válido y necesario si se concluye en que el Psicoanálisis descansa su construcción en una lógica necesaria de respetar, y que esa lógica da cuenta de los seres humanos y del sujeto, aun cuando esa lógica sea la lógica de la sinrazón, como aquella que portamos y nos hace únicos para la interpretación del Otro de la oreja.

Palabra viva no significa palabra suelta.  Sujeta a revisión no significa cualquier revisión. Hablamos del reinado irreemplazable de la vigilancia epistemológica.

Este es el horizonte ideológico y doctrinario desde donde se nos hace posible pensar las llamadas enfermedades orgánicas.

En este recorrido llegamos a Silvia Bleichmar cuya presencia el psicoanálisis sigue extrañando. En el grueso de sus producciones, y de manera más contundente a partir de los acontecimientos de diciembre de 2001, la autora agudizó su reflexión sobre las subjetividades vigentes y su movilidad. Pero mientras subrayaba efectos de época que el sujeto portaba irremediablemente, descartaba la estructuración de moda o actual. “Separemos lo novedoso de lo nuevo”, insistía.

El psicoanálisis, decía, está lleno de elementos muy valiosos, pero también carga mucha chatarra. Y si bien cada debate lo actualiza y lo  fortalece, van quedando elementos de arrastre con los cuales no siempre sabemos que hacer.

Vamos a hacer un breve rodeo  histórico que nos permita entender porque cobra importancia el concepto de subjetividad y deslindarlo además de cualquier parentesco con la impronta culturalista o algunas tendencias adaptativas del psicoanálisis. Estas cuestiones son centrales porque en distinta épocas los sujetos encarnan distintas enfermedades en el cuerpo, (valga como ejemplo la sorprendente masividad de las fibromialgias y otras dolencias que traban el libre desplazamiento del cuerpo) y cuando son las mismas la significación subjetiva es diversa, (a saber, el cáncer y las formas que adopta su inscripción psíquica una vez develada su presencia).

Decíamos que Lacan inaugura en los 50 uno de esos debates transformadores por los que transitó nuestra disciplina. Parte de denunciar que se estaban suavizando las acusadas aristas de la herramienta con lo cual el trabajo se tornaba adaptativo. Desde algún lugar se le responde que ya Fred hablaba de una adaptación a la realidad. Lejana y equívoca conclusión. 

En primer lugar de lo que se habla en la obra freudiana, cuando se hace referencia a ello, es de una adaptación activa, de una necesidad imperiosa de aceptar la realidad para poder transformarla. Y tampoco  su referencia era precisamente a la realidad social sino al remanente que se dibujaba en el aparato psíquico.

Los postulados lacanianos, sobre todo la puesta de posición en el Seminario I, en el Discurso de Roma y en la Dirección de la cura, (ver bibliografía), tiene la fortaleza de un sesgo a la vez conservador y revolucionario. Conservar la esencia, los postulados fundamentales a la vez que se le da vida a la palabra freudiana, sujeta a la revisión que plantea la subjetividad de cada época.

Entre nosotros, las estructuras que guardaban la doctrina en caja fuerte, comenzaron a temblar y resquebrajarse con los movimientos que amenazaban con llevarse puesto todo aquello que sonara a tradiciones anquilosadas. Algunos movimientos como los que buscaron una conexión doctrinaria más íntima entre el psicoanálisis y el marxismo no parecen haber sido demasiado exitosos, independientemente que no puede soslayarse el detalle trágico de que la dictadura que arrasó al país, aniquiló cualquier debate posible.

Fueron los grupos Plataforma y Documento los que dieron la alerta acerca de un psicoanálisis que se estaba tornando sectario, irreal e improductivo. Encerrado en los consultorios se hacía alarde de purismo conceptual y metodológico. El reino de lo intrapsiquico a ultranza dejaba por fuera la marca social de la clínica psicoanalítica.

Y aquí empieza a mostrar sentido nuestro recorrido. Marca social y determinismo no van de la mano. La marca social ayuda a diseñar las formas de estar en el mundo. Y arribamos al terreno de las subjetividades y volvemos a Bleichmar que nos advierte acerca de algunas cuestiones que no son menores. Sostiene que el sujeto actual del psicoanálisis no es el sujeto que Freud vio. Que en esa porfiada búsqueda pueden perderse de vista la forma de los males actuales del analizante, y, agregamos nosotros, el estilo en que se enferman la psiquis y el cuerpo. Planteó la necesidad de salir del encierro solipsista que generaba la estructura para avanzar hacia la concepción de un aparato psíquico abierto.

En sus propias palabras, (fragmentadas)

“Diferenciar entre condiciones de producción de subjetividad y

Condiciones de constitución psíquica puede definirse en los siguientes términos: la constitución del psiquismo está dada por variables cuya permanencia trascienden ciertos modelos sociales e históricos, y que pueden ser cercadas en el campo específico conceptual de pertenencia. La producción de subjetividad, por su parte, incluye todos aquellos aspectos que hacen a la construcción social del sujeto, en términos de producción y reproducción ideológica y de articulación con las variables sociales que lo inscriben en un tiempo y espacio particulares desde el punto de vista de la historia política.”

“. ¿Por qué el planteo sobre la subjetividad actual? En cada época hay como una agenda científica dominante que implica tener en cuenta lo más avanzado del pensamiento del tiempo que nos toca. En la Argentina de los '70 lo más avanzado del pensamiento lo constituyó la llegada de Lacan a la Argentina, el estructuralismo, el universalismo compartido con Lacan, Levi-Strauss y otros pensadores que rompieron con el pensamiento colonial, y en particular, la ruptura que se produjo de los fundamentos del psicoanálisis (PSA) en una mitología biológica. En los '70 el debate fue algo como la función de la cultura en la producción del sujeto psíquico y esto implicó para revisar los restos de ideologismo que quedaban en PSA.

En los '80 el debate fue con el determinismo a ultranza y con la inmodificabilidad de la estructura. Mi problema era cómo conservar la idea del inconsciente frente a cierto exceso del intersubjetivismo psicoanalítico.

Y hoy: Dicho brutalmente sería que después de un siglo los enunciados psicoanalíticos de base tienen el aire, el aspecto de apuntar a un sujeto que no es el que conocemos. ¿Qué quiere decir esto? Que gran parte de los seres humanos que vemos son distintos a los de la época de Freud, a los historiales clásicos de Klein, y distintos a muchos de los pacientes de Lacan. Hay un cambio en la subjetividad, que la gente que conocemos hoy no es la que nos pintan los historiales clásicos. En realidad, hay cambios... Lo que no quiere decir que no encontremos algunos seres que tienen esas características”

Los tiempos van torneando las formas de vivir y de morir. Hoy las mujeres ya no mueren de amor por un hombre. Las mudanzas subjetivas las han colocado de manera activa frente a su deseo. En el camino muchas pierden la vida en manos de un femicida que siente que la autonomía, sexual, afectiva relega su pulsión de dominio a una sensación de castración insoportable.

Que nos estemos planteando la validez de ciertos universales del psicoanálisis no  pone en dudas la concepción del inconciente, la tensión productiva entre las dos tópicas, el Yo intentando malabares entre el Ello y el Superyó y la angustia desbordando el sistema y obligándonos a pensar algunas de las enfermedades orgánicas como expresión del trauma clásico. En relación a las enfermedades damos por sentado que aceptamos el diseño de las series complementarias como u analizador insoslayable.

Y hay algunas cuestiones más. El estrés postraumático, por ejemplo,  es una clara construcción psicoanalítica que da cuenta de las formas que tiene la psiquis de procesar los desbordes. Toda la sintomatología concomitante abre la posibilidad de una lectura global. El acontecimiento ha desbordado las formas clásicas de reacción y respuesta. El sujeto reducido a un estado de inermidad es un bebe que reclama olor materno como cuando el hambre fue calmado por el pecho y la ausencia por el abrazo piel. De la historia singular de cada quien dependerán tiempos y modos de resolución.

La retracción de la libido objetal sobre el yo es esencial pero no explica todo.

Socialmente algunas enfermedades del cuerpo tienen valor tanático, sesgo de sentencia. La noticia de ese “unerkannte”, lo imposible de reconocer, desata una tormenta traumática de similares características a la que genera el hecho externo.

Sostenemos que así como una represión originaria prepara el terreno para lo que Freud llamó las “omisiones voluntarias de la conciencia”, la eficacia de un hecho traumático descansa en la forma en que se fue resolviendo en su momento el pasaje de la necesidad al deseo.

Sostenemos el hecho traumático en armonía con algunas fallas en la construcción de las seguridades del bebe, como el caldo donde se cultivan las enfermedades orgánicas potentes. El trauma de la enfermedad en si es un reforzamiento en otros tiempos.

Va de suyo que cuando hablamos de elección y de voluntad no estamos haciéndolo desde lo coloquial sino referido a la jefatura indelegable que ejerce el inconciente.

Los psicoanalistas nos debemos una profundización más rigurosa sobre la pulsión de muerte y su incidencia en la vida de los sujetos, valga la paradoja. Mientras tanto nuestras observaciones nos permiten hipotetizar que en el campo de las enfermedades tiene un rol central en aquellos lugares que antes fueron dominio de la pulsión de vida. El autorreproche es el modelo y nos pone como analistas contra la pared. Pero avisa. Cuando sola y silenciosa agujerea el cuerpo tal vez sea tarde si no la supimos ver venir del brazo de la pena, la tristeza o la melancolía.

Remitir precisamente a los desarrollos de Freud sobre la melancolía y a los de Lacan sobre la agresividad puede dar pie para ampliar los esbozos de pensamiento que aquí compartimos.

El incendio del boliche Cromañón que se alzó con la vida de 194 personas en el lugar, la mayoría de ellos  muy jóvenes muestra una macabra fotografía que hay que saber mirar. Un porcentaje altísimo de madres y padres  en edades aún expectantes, encontraron la muerte temprana. Un porcentaje aún mayor de abuelas y abuelos.

Hablamos de más de 60 personas donde el cáncer tomó la delantera y las enfermedades cardíacas le siguieron en la dura estadística. Conocer la historia de cada uno de ellos nos hubiera aportado, posiblemente, algo más de sus razones. Es un dato más a tener en cuenta como se interviene a posteriori de estas tragedias.

Nos quedan interrogantes para compartir: ¿qué cuerpo se enferma? ¿El erógeno o el des erotizado? ¿El del amor o el del desamor? ¿Puede la pulsión tanática sin representación agujerear el cuerpo por donde hasta se puede ir la vida?

Freud insistía en la impronta patológica del amor pero también en su potencial curativo.

Habrá que seguir pensando pero por sobre todo estar atentos a las historias de vida que parlanchinamente llegan a nuestros divanes, y a los silencios a través de los cuales la pulsión de muerte vehiculiza las enfermedades orgánicas.

 

A modo de cierre, el relato de la clínica

Se sabe que no es lo mismo una sesión que el relato de la misma. El analista no suele ser tan sutil, preciso ni tener todo tan claro como aparece en el relato. Por eso la sugerencia del silencio cauto que no es lo mismo que el dogmatismo del retaceo de la palabra.

Al principio es el caos, el relato es la reconstrucción serena  del descanso del séptimo día.

Elisa tenía poco más de 50 años cuando llega a mi consultorio. Lo hace por recomendación de una conocida que hacía ya unos cuantos años había consultado  por “erupciones en el cuerpo”, una rosácea. “A Marcela la curó del cuerpo, a mí me gustaría que me cure el alma”, dijo entre sonriente y convencida. Fue sospechosa esa declamación que ponía en primer plano el soma, para aclarar que no ere esa el tema. Recordé mis maestros diciendo que la escucha ha de ser siempre paranoica. Para eso estamos pensé. Recordé a Freud cuando la paciente le dijo: “no soy yo, es mi prima”. Es ella, se afirmó Freud sin poder decirlo y empezada a diseñar una de sus construcciones acerca de la “negación”. Aprendí que no debía precipitarme a hablar y callé agrandando la escucha. El discurso de la paciente quedaba insinuado desde sus primeras formulaciones.

No le costó mucho terminar la relación con alguien con el que estaba intentando pero no lo sentía comprometido, y al poco tiempo, a instancias de una pareja amiga conoció a Eduardo, un empresario exitoso con una situación muy particular.

“No me quiero enfermar” solía decir cuando hablaba de la necesidad de romper la relación anterior, la primera y única luego de su matrimonio en el que fue madre de un hijo y una hija. Evidenciamos el miedo y el deseo, transitamos las durezas de la amenaza y sentencia de soledad y llegó la ruptura en lugar de la enfermedad. El tránsito del duelo que había empezado antes de la disolución abrió un camino para Eros, y allí entró Eduardo.

Había un detalle. Eduardo, 20 años mayor que ella estaba casado con una mujer, la llamaremos María,  que padecía una enfermedad mental que la mantenía desconectada del mundo. Él había decidido no separarse ni internarla en un geriátrico como le recomendaban sus hijos, amigos y médicos. Elisa lo supo desde el principio y aceptó la situación. La situación se fue naturalizando. Lo visitaba en su casa y hasta hacían vida de pareja mientras la “esposa” que tenía su propia habitación y dos personas que la cuidaban circulaba como una sombra por la casa. A Elisa mientras tanto, no le entraban palabras advirtiéndole los riesgos de la situación. “Lo manejo”, me respondía, recordándome personas atrapadas por el consumo problemático de sustancias mientras su situación se va agravando. Su adicción a la renegación y a la disociación asomaba inquebrantable. Pero un día se quebró. Hubo una escena que le aniquiló las defensas. “Es más de lo que puedo soportar”, dijo. Entró al comedor una mañana. María estaba sentada a la mesa. A su lado Eduardo. Le estaba dando el té con una cuchara en la boca. La escena le pareció tan tierna que “me generó angustia y dolor en el pecho y me partió la cabeza”. Lo insoportable era su dolor de hija no querida y no deseada que se le actualizaba en ese hombre paternizado en el gesto hacia María.

Fue más de lo que pudo soportar, efectivamente, e interrumpió su análisis. No fue intransigencia del Analista. Lejos de ello, estaba la decisión de acompañarla. Sin concesiones iatrogénicas pero en sus tiempos. Fueron sus tiempos los que no le permitieron mirar ya para otro lado. Elogió sostener aquella situación. Ya no podía transitar su análisis sin confrontarse.

Pasó un largo tiempo y un día volvió. Yo tampoco la esperaba como a la del tango, y mucho menos que trajera en su pecho tanto dolor.

Un nódulo en el pecho derivó en cáncer agresivo. La lucha fue tenaz. También ahí puso el cuerpo. Soportó la cirugía, la quimioterapia, la calvicie y finalmente el dolor de Eduardo ante la muerte de María, aunque voy a poner en dudas que haya tolerado esto último.

Meses después del fallecimiento de su sombra, o de quien ella se quería la sombra a partir de otros reflejos significantes, reaparece el cáncer de pecho con una ferocidad inusual. No pudo seguir viniendo. La enfermedad hizo metástasis y finalmente llego al cerebro.

Cuando Eduardo me avisó, la frase de Elisa cobró aún más sentido: “me generó angustia y dolor en el pecho y me partió la cabeza”

No pretendo una lectura lineal. Detalles omitidos intencionalmente confirmarían este recorrido posterior.  Aunque no siempre se puede advertir, los significantes suelen ir delineando el allí donde se inervará el cuerpo, a veces como residencia de un síntoma que porta lo más agresivo de la pulsión de muerte. Cuando hace alianza con Eros. Con ese amor que suele ser lo menos amoroso que nos imaginemos.

 

Bibliografía de Referencia

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Lucioni Isabel-  / Freudiando pacientes y época actual- Letra Viva- Buenos Aires

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* Publicado en Actualidad Psicológica