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El Estado de los Femicidios

Una persistencia que incrimina

Jorge Garaventa*

 

Estamos en un mundo áspero. El de las violencias desatadas, el de la intolerancia, el del pasaje al acto donde las diferencias se resuelven con la eliminación plena del adversario, no ya con la derrota.

No es casual que si las mujeres y los niños fueron objeto frecuente de esos maltratos, hoy emerjan como blanco privilegiado. No es casual el femicidio en tiempos exacerbados.

Aunque las cifras nos sigan pasando por encima persistiremos en afirmar  que estamos ante crímenes evitables cuyo crecimiento puede responder a razones de época pero fundamentalmente a la complicidad del Estado por acción u omisión.

En nuestro país hemos sinonimizado femicidio y feminicidio y paulatinamente en casi todos los países de habla hispana se obró de igual manera adoptando uno u otro de los conceptos.

La simplificación es bienvenida y acorde al deseo de facilitar que a la inclusión del término en el Código Penal le siguiera la instalación en el colectivo social de las razones de nuestra insistencia en nombrar.

La diferencia no era caprichosa, como tampoco fue caprichosa la elección de una de las denominaciones.

El femicidio es el crimen de una mujer por el hecho de ser mujer, generalmente cuando enarbola su autonomía afectiva y sexual, pero no solamente. El femicida finalmente no tolera que la mujer asuma el control de su personalidad y sus actos y ejerza otras autonomías, a saber, económica, laboral, etc.

La diferencia fundamental de origen es que el feminicidio contempla la complicidad directa o no del Estado en su ocurrencia.

Hoy la concepción ha cambiado. El estudio de casos y la experiencia nos ha mostrado que si el Estado hiciera lo que tiene que hacer el grueso de estos crímenes no se cometerían. Pero nos encontramos con un Poder ejecutivo que cierra algunos programas, desfinancia otros y banaliza el resto, todo esto sazonado con el alarmante recorte presupuestario basado en números mentirosos. Como si no supiéramos largamente ya, que no hay falta de presupuesto sino decisiones políticas de poner el dinero en algunos lugares en lugar de otros.

Tampoco es que los legisladores han dejado un legado histórico.  De hecho se han negado a incluir el concepto como una entidad jurídica autónoma, que era lo que efectivamente se necesitaba para dar un mensaje contundente desde otro de los poderes del Estado. Finalmente y merced a la presión y lucha de los distintos colectivos de mujeres el femicidio es un agravante del homicidio de una mujer.

No es diferente la respuesta del Poder Judicial. Independientemente de “fallos ejemplificadores” para la prensa y las urgencias políticas. A los pretextos leguleyos para aplicar la nueva denominación se suman exasperantes descuidos hacia la mujer que denuncia, que suman al calvario transitado el plus del rebote por haberse decidido a hablar.

Hay jactancia sobre la velocidad con las que se aplican las restricciones perimetrales que “impiden” al golpeador acercarse a la víctima, silenciando que todas las medidas que se toman descansan en la capacidad de la mujer en sostenerlas.

En general es ella, y no una custodia o una tobillera, la encargada de avisar a las fuerzas de seguridad que el denunciado ha transgredido la norma. No es necesario contar ya que es bastamente difundido, cuál es la situación que encuentra la policía cuando responde al pedido.

Por otro lado, si ha tenido la suerte de sortear el recorte presupuestario y recibir el botón anti pánico, las garantías tampoco está de su lado. El horror de una mujer muerta con el elemento de defensa en sus manos, no es una rara noticia, lamentablemente.

La insistencia en llamar al femicidio por su nombre tiene varios fundamentos entre los cuales, además de la necesaria visibilización, no ocupan un lugar menor los efectos preventivos y didácticos. Que se diga con todas as letras que una mujer puede ser asesinada por el hecho de ser mujer instala un alerta necesario que permite empezar a poner la mirada y la atención en las violencias naturalizadas que transitan la intimidad de determinadas parejas, no pocas. 

El femicidio no es un hecho espontaneo, y mucho menos el producto de una emoción violenta. Se trata más bien de una paciente construcción de la cual el asesinato es la etapa superior. En el camino ha habido tolerancia cultural o imposibilidad concreta de ponerle algún freno al in crescendo machista que se nutre de desvalorizaciones, bromas descalificantes, ninguneos, y así sucesivamente hasta llegar al evitable desenlace. Pero para evitarlo es necesario comprender cabalmente el fenómeno y los modos de cimentación. Por eso no es bueno hablar de micro machismos que finalmente constituye una forma de condescendencia de conductas que inician su tránsito hacia la violencia plena. O se tienen conductas machistas o no se las tiene. Y no se trata de estigmatizar lo que la cultura ha naturalizado, sino de señalar con decisión lo que, localizado tempranamente puede dar lugar a la remisión y el replanteo. Pero estamos lejos.

Como si todo lo citado no fuera suficiente nos queda un ejemplo más que desnuda la displicencia cómplice con la que se manejan algunos estamentos de la familia judicial. Un magistrado, como corresponde, deniega las salidas transitorias a un femicida ante la sospecha de reincidencia. La apelación llega a la corte provincial que determina que el individuo está en condiciones de acogerse al beneficio ya que la conducta y la evaluación del Servicio Penitenciario hablan de un preso ejemplar.

Hace años que venimos planteando que la evaluación de femicidas y abusadores, sujetos con comportamientos psicopáticos recargados, no debe realizarse en base a su conducta ya que el desempeño de la misma en ámbitos carcelarios tiende a ser destacada.  Los jueces deberían estar al tanto de estos estudios, que no son para nada desconocidos ni exclusivo. Pero aún si esto no los convenciera, es suficiente con que den una mirada en la casuística que está engrosada por la cantidad nada desdeñable de hombres con conducta ejemplar que volvieron a cometer abusos sexuales, violaciones y femicidios mientras disfrutaban del irresponsable beneficio otorgado.

Mientras tanto, algunas sonrisas adolescentes, hoy pancartas reclaman tardíamente Justicia.

El femicida, lo hemos dicho muchas veces, dicta su sentencia y nada lo va a detener hasta ejecutarla. En algunos casos la Justicia les da la oportunidad de repetirlo. Más de un femicida ha matado a su pareja en la cárcel, en algunos casos en más de una oportunidad.

¿Es necesario decir mucho más para que se entienda de que se habla cuando se dice que el Estado es responsable y porqué hablamos del Estado de los femicidios?

 

*Psicólogo