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Los Huevos de las serpientes


Una aproximación a las violencias sociales


No se podría afirmar que estamos en una sociedad violenta sino ante bolsones sociales de violencia de ejecución altamente exacerbada y en aumento. Los medios colaboran en la visibilidad pero también en trasmitir la sensación de que estamos ante un monstruo destructivo e indómito contra el que nada se puede hacer.

 



Por Jorge Garaventa(*)

(para La Tecl@ Eñe)
 


La noticia fue tan contundente que finalmente modificó la estructura de esta nota, casi al filo de la entrega. Un policía, de 40 años, asesinó de un balazo a su compañera y madre de su hijo. La víctima de 15 años, quedó embarazada cuando tenía 12. Vivían en la casa de la madre de ella. El asesino tenía varias denuncias por violencia que fueron radicadas en la dependencia donde trabajaba. Ninguna de ellas generó medidas protectivas.



Las inmediaciones de la cancha de San Lorenzo fueron testigos de un hecho cuya ocurrencia fue largamente anunciado en las redes sociales y hasta sugerido en algunos medios de comunicación masiva: el fatal enfrentamiento entre fracciones rivales de la barra brava de Boca Juniors. La trascendencia previa de lo que iba a ocurrir no solo no generó medidas especiales sino que hasta hubo mucho olor a zona liberada. Desde las autoridades, la única idea que se les cayó fue la remanida prohibición de las hinchadas visitantes a concurrir a los partidos. La lógica de esa idea, la relación con los hechos solo tiene un punto de contacto, que la trifulca fue entre hinchas visitantes. O sea que si el duelo a muerte lo hubieran protagonizado barras de San Lorenzo, probablemente la propuesta hubiera sido anular al público local. Esa medida estuvo vigente, y a la vista está que no solucionó nada, hasta que el poderío económico y político de River, en su paso por la B, obligó a dar marcha atrás. No es el único ejemplo rayano con la sinrazón. Vimos perplejos durante un tiempo a agentes de la Federal midiendo banderitas. Un juez, para combatir la violencia, había establecido el tamaño máximo que deberían tener las banderas ya que suponía que las batallas eran por el trapo.



Una niña es internada en grave estado al ser atacada por otras compañeras que la golpearon salvajemente pateándole la cabeza cuando estaba en el piso…”es algo que se veía venir”, comentaron algunas docentes, “es un problema cuando hay una chica que sobrepasa en su belleza al resto, parece que despierta una envidia muy destructiva”…hasta ahora a nadie se le ocurrió prohibirle a las lindas ir a la escuela...no perdamos las esperanzas…



Al registrarse varios casos de agresión a docentes por parte de padres de alumnos, en la provincia de Mendoza se está evaluando la posibilidad de cobrar una multa a los agresores.



Podría seguir de manera interminable contando episodios con el corolario de las más disparatadas propuestas de solución. Pero de lo que se trata es de dar cuenta de las violencias sociales y las erráticas respuestas tanto en los análisis como en las soluciones que se proponen. La sensación es que la violencia marcha delante dañando impunemente el tejido social, y detrás vienen, respondiendo espasmódicamente quienes deberían tomar las medidas para prevenirla. Se ensayan entonces respuestas que están más en la línea de la demagogia punitiva, que en el lugar de repensar el origen y la forma de resolverlo.

Creo que no se podría afirmar que estamos en una sociedad violenta sino ante bolsones de violencia de ejecución altamente exacerbada y en aumento. En todo caso lo que aumenta es el ejercicio sádico y perverso de la misma.

Los medios colaboran en la visibilidad pero también en trasmitir la sensación de que estamos ante un monstruo destructivo e indómito contra el que nada se puede hacer. Tanto que la sensación es “él” o “nosotros”. Y es justamente desde esta sensación que se legitiman las fantasías colectivas de eliminación del otro, que, sabemos que lo único que logra es abonar la espiral de las violencias.

Hablamos de violencias porque de eso se trata, de situaciones de origen diverso, de diferente expresión, cada una de las cuales reclama un análisis pormenorizado y específico.



Las soluciones, que deben tener la impronta de lo preventivo requieren debates profundos y generosamente participativos. Ni un solo sector social, ni algunas disciplinas aisladas lograrán capturar el fenómeno para que a través de políticas públicas, como vanguardia, devengan praxis transformadora.



Avanzar hacia el corazón de las violencias implica el compromiso de confrontar todos los recorridos previos y cuestionar los estereotipos vigentes en los que fundamentalmente se pueda poner en tela de juicio las construcciones de la masculinidad y la femineidad, a raíz de las cuales se pagan tan altos precios.



A veces se utiliza el concepto de naturalización de las violencias para culpabilizar a la sociedad cuando en realidad se trata de un mecanismo de defensa colectivo de implementación involuntaria. Suele ser tributaria del exceso de estímulo que queda despojado de la angustia. Y entonces se convierte en cultura cotidiana y hasta una forma de comunicarse.

Hablamos de naturalización de las violencias cuando, de tanto estar presente sin ser cuestionada ni combatida de raíz, termina siendo parte del paisaje. Tal vez uno de los ejemplos más claros es el de los sistemas familiares violentos que finalmente establecen un estilo de trato denigrante que luego los niños repetirán en sus experiencias adultas.



La nicaragüense María López Vigil lo describe con claridad: “En la casa, la violencia es vista como algo natural, necesario. El padre le grita y le pega a la madre, la madre le grita y le pega a los hijos y a las hijas, las hijas e hijos mayores gritan y golpean a sus hermanos y hermanas más pequeñas, y los más pequeños apalean al perro y salen a la calle a matar pájaros a pedradas... Generación tras generación, cada uno de los eslabones se engarza con el otro en una cadena sin fin. El eslabón más débil siempre ha sido y continúa siendo el de las niñas y el de las mujeres”



Y López Vigil nos convoca a incursionar en otra violencia, la de género, la más hablada, la menos comprendida, la que se lamenta por lo alto y se ironiza por lo bajo, la que estremece por sus cifras: en Argentina muere al menos una mujer cada 28 horas, asesinada por su pareja o ex pareja. ¿Por qué al menos? Porque las estadísticas que manejamos son confiables pero incompletas ya que el Estado poco ha aportado en ese sentido. Y cuando decimos Estado nos referimos al conjunto de los Poderes, no al Ejecutivo, o no solamente.

Que la violencia de género sea parte de la agenda pública, del cotidiano, es mérito fundamental del colectivo de mujeres. Eso no implica que haya una cabal comprensión del problema ni una decisión indoblegable de implementar las necesarias políticas. Cómo decíamos ayer, el tema es bastante más profundo que la adopción de un lenguaje no sexista, que no es todo, pero es un importante punto de partida. Hoy tenemos leyes que se impulsaron desde los movimientos feministas, que el ejecutivo hizo propias y que el legislativo convirtió en normas de cumplimiento obligatorio, pero en muchísimos lugares de implementación, ejecución y sentencias sigue habitando la concepción patriarcal.

Hablábamos de las estadísticas. Hace ya varios años que “La Casa del Encuentro”, un colectivo de mujeres, tomó el tema por su cuenta y empezó a confeccionarlas. Los resultados fueron alarmantes. De acuerdo a lo que publican los medios de comunicación masiva, se registran en nuestro país poco menos de 300 femicidios al año. Más tarde la “Oficina de Violencia Doméstica” de la Corte Suprema de Justicia confirma datos preocupantes: Las denuncias son muchas y en aumento.

Es en estas violencias donde urge repensar las formas de cuestionar y combatir los estereotipos de género. La visibilización es un paso, pero no es todo porque estamos operando sobre la violencia ya instalada. Lo preventivo ha de surgir de un trabajo social, políticas publicas de sensibilización con eje en los programas educativos desde el inicio mismo. Es evidente que se necesita mucha convicción por parte de quienes tienen acceso a instancias de decisión. Los colectivos sociales cumplen un rol esencial, en general efectivo. Pero no alcanza.


La violencia en el futbol tiene su propia dinámica también, y es evidente que no se logra atrapar conceptualmente, y mucho menos acertar en acciones para erradicarla. Aquí el tema es un tanto más complejo. Durante años se teorizó acerca de las frustraciones cotidianas que llevaban a que el hombre común descargara cada domingo en la cancha, toda la agresión de la cual había sido objeto. Era una mirada un tanto lineal, algo romántica y que tal vez respondiera a que lo que en aquellos momentos era violencia, hoy serían juegos de niños, (tal vez no es la mejor comparación si uno tiene en cuenta el bullyng y otras manifestaciones, pero se entiende).



Ahora en el futbol se ha instalado la violencia grande, la de los negociados, la de la droga, la de las mafias. Combatirla es difícil, pero mucho más difícil si se tiene en cuenta que ninguno de los sectores interesados quiere resignar su porción ya que todos son parte del asunto. En el medio, los clubes de futbol van sucumbiendo, pero no el espectáculo, que deja cada vez más dividendos, de muchos para unos pocos. Las barras bravas mientras tanto van sembrando la cancha de muertes propias y ajenas custodiando el dinero de los poderosos.

La violencia en la escuela tiene una especificidad pero a su vez replica en las aulas la ferocidad social. Una institución de raigambre autoritaria difícilmente iba a quedar ajena a las cadenas del desborde. Siempre decimos que la escuela creo sus propios anticuerpos y desde la misma docencia se cuestionaron los estilos violentos. Pero no se puede negar que más allá de jóvenes y niños cargados de agresiones- frustraciones que estallan en sus pasillos, otros sectores, los de la mano dura, apenas están replegados. Es lo que he llamado en otros trabajos, la nostalgia autoritaria.



Este escrito es un mostrarlo que no profundiza. Tal vez apenas enumera. Iremos desarrollando análisis particulares de cada uno de ellos en otros números, con la única intención de poner palabras que habiliten el debate y la construcción del discurso colectivo.



Coincido con mi amigo Severo Rennis que estas violencias son inherentes al sistema capitalista y la exacerbación de la individualidad, la competividad y fundamentalmente los esquemas de poder y sometimiento. También creo que la acentuación de la crueldad habla precisamente de la crisis de ese sistema y la consecuente resistencia. Pero lo cierto es que lo que se avizora no nos tranquiliza por ahora. O nos quedamos con los brazos cruzados, o intentamos transformar el lote que habitamos, o nos come la violencia que, aunque no sea de todos y de todas, es totalizadora en su hambre destructiva.



(*) Psicólogo