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Nabokov, Garcia Marquez y las lolitas tristes

Jorge Garaventa

 

 

Publicada en Lilith, revista coleccionable. Año1- N 2- Marzo de 2005

 

 

Cincuenta años separan a Lolita de Delgadina, cincuenta años de un lazo que las novelas llaman amor, la psicopatología perversión y la Justicia estupro o abuso sexual, según los casos, las ideologías y los orígenes de las víctimas.

En 1955 aparece en Francia “Lolita”, la novela de Nabokov. Rozando el 2005 llega “Memoria de mis putas tristes”, la última obra de García Márquez, donde Delgadina, la niña virgen, conmueve las pasiones del nonagenario protagonista.

La cabeza de los escritores  volcó a través de la pluma miles de historias en estos años donde las ·”lolitas” transitan mundos de placer donados a los otros en una cabalgata de sexo prematuro que, de tan presentes, obligan a pensar en fantasías estructurantes del hombre macho patriarcal.

¿Macho patriarcal?.  Hablamos de Patriarcado refiriéndonos a un  ideario con consecuencias constantes en la vida cotidiana. Es ese sistema de pensamientos, ideas, normas, prejuicios y acciones varias que legitima para quien no ejerza un pensamiento crítico, la subordinación de la mujer, y por extensión los niños y las niñas al “ natural” dominio de los hombres.

Previniendo críticas a la generalización del concepto, los ejemplos que aquí se citan son extremos, pero como sistema de pensamiento está presente en la cotidianeidad. Desde el formato del lenguaje universal, marcadamente masculino, los “chistes” desvalorizantes hacia la mujer, la discriminación laboral en los lugares de decisión, la moralización condenatoria de su autonomía sexual, la victimización, responsabilizándola de conductas seductoras o de provocación en situaciones de violación, abuso sexual, o golpizas, son la elocuencia.

El interés que despierta Lolita en quien esto escribe, consagrado en los últimos años al trabajo con víctimas de abuso sexual infantil, trasciende el género literario para internarse en el entramando sufriente de la mujer, antes niña que,  bajo el semblante de alegre donante de placer para el hombre, es finalmente una criatura que ha ido derramando su vida en una triste vacuidad de expectativas. Destino de cuerpo para la satisfacción egoísta del otro, modelos o prostitutas, (promotoras, acompañantes, diran los avisos),  las “lolitas” del siglo XXI, al igual que aquella que hace 50 años hacía las delicias y “sufrimientos” de H.H son claramente detectables en un fondo de ojos que denunciará orfandad y pena constituyente.

Lolitas y prostitutas no son sinónimo. Algunas lolitas son prostitutas y algunas prostitutas son lolitas.

El destino de “lolita” se construye desde distintos lugares. Cuando hablamos de lolitas pensamos en aquellas niñas, apenas adolescentes que, forzando sus tiempos sexuales se internan en el mundo de la seducción que creen dominar, y del que normalmente se despeñan  en un marasmo de tristeza y frustración al advertir la mezquina inscripción en la valoración del otro hacia ellas, cuerpos al fin cuyo disvalor avanza.

La virginidad, ese bien tan preciado por los hombres ocupa distintos espacios, nunca menor en los relatos sobre estas niñas o sobre “el sufrimiento de sus enamorados” y,  si bien se lee, poco hay que andar para contactarse con el desprecio, a veces no tan encubierto, que se percibe en cada trazo hacia quien tuvo solo ese destino como opción.

Antes de continuar, una salvedad. Los planteos que aquí se desgranan carecen de una intención moralizadora. Mas bien delimitan una ética que da cuenta de degradaciones, desigualdades, sometimientos y sufrimientos de las niñas y mujeres aludidas.

Sostengo que el destino de “lolita” no es elegido libremente por quien lo porta sino, que al mejor estilo de los caminos de tierra transitados por tractores, hay una huella que de tanto ser surcada se hace camino ineludible y único, y hasta puede dotar de una sensación de seguridad a quien lo recorre, ya que cree que su vehículo anda los caminos que el conductor decide cuando en realidad se debe al recorrido ineludible que le marcan quienes construyeron la historia de ese espacio.

Retornando a la obra de Nabokov, y en una apreciación estrictamente personal, sostengo que el libro trascendió mucho mas allá de sus cualidades literarias intrínsecas.

El mito de Lolita, las fantasias de un encuentro sexual con una niña- mujer, decía antes, es estructurante del macho patriarcal. Todo hombre que se precie de tal, aclarando la ironía para evitar malos entendidos, ha de tener en su legajo “una aventura con aquella pendeja.”

Dicha fantasía, glorificada en el mundo de algunos hombres, no es otra cosa que un sustituto del deseo de poseer a la hija, cuyo pasaje al acto, mas presente de lo supuesto conocemos como incesto paterno filial contra la hija- niña y que tan bien describiera Eva Giberti en un profundo estudio sobre el tema.

La permanencia del personaje durante medio siglo, aún reconocible para quien jamás leyó el libro,  se debe precisamente a que transporta esa fantasía universal masculina. Probablemente también aloje en su interior el deseo de toda niña de ser poseída por el padre. Pero la canción no es la misma.

Desde tiempos inmemoriales, como dicen los cuentos, el hombre ha gozado de poderes y privilegios por sobre las mujeres. Y ha gozado de las mujeres, del derecho social de hacer uso y abuso de su cuerpo. En ese sentido, el derecho de pernada, rito tradicional que dotaba al patrón del privilegio de forzar sexualmente el cuerpo de la doncella a la que desposaría su esclavo, ha actuado como recuerdo encubridor de un hecho tan primitivo como el descripto pero que al no estar dotado de legalidad, aunque si de un cierto consenso patriarcal, suele transcurrir en silencio pero no necesariamente en secreto. Me refiero al hecho de que el propio padre de la niña decida apropiarse del cuerpo de esta para satisfacer su deseo sexual.

El deseo de la niña a ser poseída por el padre constituye una fantasía sólidamente psíquica sin traducción placentera al mundo de la genitalidad. La renuncia y frustración natural, por parte de la niña es un movimiento inevitable y estructurador de la exogamia.

La literatura antropológica, fundamentalmente Levi Strauss da cuenta de la universalidad del tabú del incesto. La frecuencia de su ocurrencia dice que algo mas está pasando que la simple excepción que confirma la regla.

Avalando esto, el mismo Claude Lévy Strauss, señala por un lado el carácter sagrado de la prohibición, y por otro lado su universalidad, lo cual, si bien social por su función sería pre- social por origen. Sostiene que, no obstante la prohibición, o por ella agrego yo, el incesto es bastante mas común que lo que la convención colectiva de silenciarlo permite observar.

Cuando hablamos de las lolitas hay que señalar que estas se constituyen y, solo de ese modo, ante la presencia de otro, necesariamente hombre mayor, que tiene la intención, conciente o no, pero siempre responsable, de corromper el normal desarrollo psicosexual de la niña. Porque de lo contrario hablaríamos sencillamente de juegos sexuales, exploración y/o descubrimiento del mundo genital y sensual de coetareos.

En “ Lolita” nos transportamos precisamente a una historia de incesto. El hecho que se trate de su padrastro no escatima la cuestión de que es un sujeto, en función paterna al que le caben las mismas responsabilidades de educación, salud y sustento que a su padre biológico. Las palabras iniciales a las que en forma de prólogo se le estampó la firma de  John Raid Jr no son ajenas al sentimiento de fascinación- rechazo que la sociedad recrea:

 

No tengo la intención de glorificar a «H. H.». Sin duda, es un hombre abominable, abyecto, un ejemplo flagrante de lepra moral, una mezcla de ferocidad y jocosidad que acaso revele una suprema desdicha, pero que no puede ejercer atracción. Su capricho llega a la extravagancia. Muchas de sus opiniones formuladas aquí y allá sobre las gentes y el paisaje de este país son ridículas. Cierta desesperada honradez que vibra en su confesión no lo absuelve de pecados de diabólica astucia. Es un anormal. No es un caballero. Pero, ¡con qué magia su violín armonioso conjura en nosotros una ternura, una compasión hacia Lolita que nos entrega a la fascinación del libro, al propio tiempo que abominamos de su autor!”

 

Ya Freud nos advirtió sobre la inequívoca estructura de la negación. Cuando se dice: “No tengo la intención de glorificar a «H. H”, no nos queda otra salida que leer: “Gloria a H.H”.

Nada mas claro, avanzando en el párrafo, como ese hombre abyeto, abomidable, lepra moral, etc, suscita la incondicional comprensión del escriba ante la ternura que le inspira su amor por la protagonista.

Tampoco se priva el prologuista de acentuar la cualidad de “niña descarriada” de Lolita. De esta forma, estigmatizando a la niña la sociedad obviaba un análisis serio sobre las estructuras familiares productoras de lolitas y la sociedad misma de la cual aquellas son el núcleo.

En nuestro país las lolitas irrumpen como fenómeno masivo no casualmente en pleno menemismo, periodo de destructuración burda de los valores que quedaban en pie, incluidos aquellos que nos habían permitido, al menos a un sector, mayoritario luego de malvinas, enfrentar a la dictadura.

Los mismos empresarios que llenan iglesias los domingos arrojan lolitas desde sus publicaciones y espectáculos para ser devoradas por un mercado que, avido y exigente, no está dispuesto a esperar el tiempo de madurez de las niñas.

Las promesas de casamiento con el señorito de la casa son hoy reemplazadas por una trascendencia mediática, que si llega es tan corruptora como fugaz, y que si perdura solo se paga con tristeza, sumisión a las leyes del mercado, siliconas tardias que borran cualquier seña de identidad y unas ingrata madurez vivida también como muerte prematura.

Es en el epílogo que el autor, en un mostrario de la doble moral norteamericana pero que, tranquilamente, podría haber sido de cualquier país, relata las peripecias para que su libro llegara a la gente:

 

“Su negativa a comprar el libro no se basaba en mi tratamiento del tema, sino en el tema mismo, pues hay por lo menos tres temas absolutamente prohibidos para casi todos los editores norteamericanos. Los otros dos son: un casamiento entre negro y blanca de éxito completo y glorioso que fructifique en montones de hijos y nietos, y el ateo total que lleva una vida sana y útil y muere durmiendo a los ciento seis años

Algunas reacciones fueron muy divertidas. El lector de una editorial sugirió que su compañía podía considerar la publicación si yo convertía a Lolita en un chiquillo de doce años al que seduciría Humbert, un granjero, en un pajar, en un ambiente agreste y árido, todo ello expuesto con frases breves, fuertes, «realistas» («se conduce como un loco. Todos nos conducimos como locos, supongo. Dios se conduce como un loco, supongo», etc. ). Aunque cada uno debiera saber que detesto los símbolos y las alegorías (cosa que en parte se debe a mi vieja amistad con el vuduismo freudiano y en parte a mi odio hacia las generalizaciones fraguadas por sociólogos y míticos literarios), un lector –por lo demás inteligente– que hojeó la primera parte, describió a Lolita como «el viejo mundo que pervierte al nuevo mundo», mientras otro lector vio en ella a «la joven América pervirtiendo a la vieja Europa». El editor X, cuyos consejeros se aburrieron tanto con Humbert que nunca pasaron de la página 188, tuvo el candor de escribirme que la segunda parte era demasiado larga. El editor Y, por su lado, lamentó que no hubiera personas buenas en el libro. El editor Z dijo que si publicaba Lolita lo meterían en la cárcel.”

 

La nota ha llegado a su fin. Han sido días de hacerla y deshacerla. Las huellas se trasmitirán seguramente en algunos párrafos inconexos y otros mal lijados.

Pero me he ganado el descanso. Me detengo en un quiosco de diarios y revistas para premiarme con algo. La revista de mayor circulación en el país muestra los cadáveres amontonados de los chicos de Cromagnon. Muertos por la corrupción, dice. Me detengo en un recuadro. Es Sofía Gala semidesnuda. En el epígrafe su madre, Moria Casán, asegura: No me molesta que mi hija muestre las tetitas, las tiene muy lindas...

Muertos por la corrupción, me fui pensando.