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El pánico, el asombro, lo reprimido, la culpa*

                                        Jorge Garaventa

 

« ¿Y de qué sufre usted?».

«Me falta el aire; no siempre, pero muchas veces me

agarra que creo que me ahogaré».

«Se abate de pronto sobre mí. Primero me hace como

una opresión sobre los ojos, la cabeza se pone pesada y me

zumba, cosa de no aguantar, y me mareo tanto que creo que

me voy a caer, y después se me oprime el pecho que pierdo

el aliento».

«Se me aprieta la garganta como si me fuera a ahogar».

«¿Y en la cabeza no le sucede nada más?».

«Martilla y martilla hasta estallar».

«Siempre creo que me voy a morir; yo de ordinario soy

corajuda, ando sola por todas partes, por el silo y todo el

monte abajo; pero cuando es un día de esos en que tengo

aquello no me atrevo a ir a ninguna parte; siempre creo que

alguien está detrás y me agarrará de repente».

Freud- Katharina

 

¿Por qué a la irrupción se le llama ataque? Y en todo caso, ¿quién ataca? ¿Quién es atacado? O tal vez, como analistas podemos pivotear con las preguntas, ¿Qué me ataca? ¿Qué me ataco?

Hay literatura en castellano que prefiere usar el concepto original, “panic attack”. Suena más contundente, y alude a la guerra de quien lo sufre, y a quienes están dispuestos a exorcisarlo.

El concepto de ataque, refiere a un afuera, clásico en algunas concepciones psicoterapéuticas: ataque de locura, ataque de ira, ataque de llanto…ataque de pánico.

Convulsiona menos buscar afuera. Como ha ocurrido muchas veces en “psicopatología”, el ataque de pánico termina convirtiéndose en un saco fofo en el que se aglutinan conformaciones psíquicas diversas. Y si hay algo que une ese enjambre  es el desconcierto horrorizado del sujeto ante la irrupción de la sensación de inermidad extrema, de muerte, que no se sabe de dónde viene porque viene de adentro. La sensación de morirse alude a la perdida, que es siempre pérdida de amor. Estamos en el plano de las reminiscencias.

Para la psiquiatría, el cuadro forma parte de lo que han clasificado como  “Trastornos de ansiedad”. No obstante, Donald Klein a partir de un hallazgo clínico que considera inédito y que llamativamente referencia como como cualitativamente diferente del resto de los trastornos de ansiedad, inaugura un constructo sintomático que, poco y nada tiene que ver con lo original. No abundaremos por  ser señalado con frecuencia, pero cuando Klein describe el cuadro, hacía ya muchas décadas que Freud había descripto las neurosis de angustia, con un calcado arsenal sintomatológico. Hasta podría decirse que incluso  la etiopatogenia y el descarte de lo simbólico podrían leerse como similares, sólo que el panic attack quedó cristalizado en aquella descripción, mientras que Freud y quienes continuaron sus pensamientos  insistieron sacudiendo, reformulando y contrastando las teorizaciones desde aquella premisa liberadora de cualquier dogmatismo.

“La palabra freudiana es palabra sujeta a revisión”.  Lacan dibujó una frase hermosa para mostrar lo que fue una enseñanza metodológica y metódica del creador del psicoanálisis. Fue diciendo a lo largo de su obra y de su vida, que la teoría psicoanalítica es la única capaz de confrontarse a sí misma, y que esa actitud es parte constituyente de la metodología.

El sujeto está sereno, diría Freud, mientras no ama. Allí está el problema. Con el amor viene el riesgo del abandono, anudado a esa angustia extrema, inmotivada, casi anónima. Pero aprendimos que el paciente no sabe que sabe. Y de Freud, que una y otra vez aseguraba: “no puede ser que no se le ocurra nada.”

Va de suyo entonces, que vamos adelantando parte de nuestro itinerario y nuestras conclusiones. El amor y la culpa, que están mucho más ligados entre si, que aquel y el odio, son parte inexcusable del trayecto y del punto de llegada. ¿Habrá alguna angustia que no sea de amores y abandonos?

Se ha dicho demasiadas veces, y es cierto, que cuando Freud habla de las neurosis de angustia, subraya que estamos hablando de un cuadro cuyos contenidos no tienen tramitación psíquica, esto es, no pueden ser simbolizados. Sin embargo, la intervención freudiana fue mucho más profunda. Hablamos del Freud, post La Salpetriere y ese tránsito desde la neurología que lo dejó rengo de reconocimientos en la Sociedad Médica de entonces.

Lo que Freud hace en ese momento es establecer el cuadro de las neurosis de angustia, claramente diferenciado de las neurastenias, pero fundamentalmente, posar  la mirada, no tanto en el síntoma, sino en la forma de producción de los mismos. Y es en esa diferencia donde empieza a caminar el Psicoanálisis.  Si luego afirmó que el coitus interruptus  era la causa de esos desajustes, no tiene tanta importancia ante tamaño cambio de mirada.

No obstante nos queda una reflexión. Freud habla de la angustia flotante que genera en la mujer soportar ese tipo de sexualidad. Pero estamos hablando de la Viena Victoriana, con lo cual nos cabe preguntarnos, ¿cuánta fuerza tenía como generadora de angustia la inconclusión orgásmica, y cuanto, el inconfesable reconocimiento íntimo del deseo?

No adherimos entonces, a la conclusión a la letra que se suele entender sobre la palabra freudiana acerca de la cual,  el mismo nos ha enseñado que siempre hay algo más en su decir.

Volvamos a la actualidad de nuestro análisis. Creemos que el paciente, como dice, no puede articular más que angustia y perplejidad, pero también sabemos, aunque él lo ignore yoicamente, que el saber está en sus razones, aquello que el psicoanálisis ha dado en llamar, la lógica de la sinrazón, y que se escuda en el manejo egoísta de las instancias, que se esconden entre si lo que suponen son cartas de triunfo.

Por eso, y aún sin saber al comienzo, de que se trata, es un despropósito suponer  que semejante puesta en escena, que un desfile tan prolífico de producción de síntomas, pueda ser  atribuible a “desajustes de la organicidad”, que rápidamente serán “ajustados” por la intervención medicamentosa… (O dejando de interrumpir el coitus).

Varios son los efectos del farmakón, la mayoría de los cuales no viene al caso en nuestro desarrollo, pero es necesario señalar uno de ellos, al que hemos llamado, “efecto maternante,” habida cuenta  que en la lógica de nuestra cultura patriarcal, son las madres a quienes, en principio, se les asigna el cuidado de niñas y niños enfermos. Estamos diciendo, también, que en esta construcción ficticia llamada ataque de pánico, quien es atacado, está reducido a una posición niño.

Como todo está prescripto, también se sabe, saber uniformado de legos y expertos, que será bendecido con Clonazepán, una de cuyas marcas está prendida al ataque de pánico, como si fuera pieza única.

El clonazepam es un fármaco perteneciente al grupo de las benzodiazepinas que actúa sobre el sistema nervioso central, con propiedades ansiolíticas, anticonvulsionantes, miorrelajantes, sedantes, hipnóticas y estabilizadoras del estado de ánimo.

Cuando la angustia jaquea sin piedad, y sólo promete miedo y muerte. ¿Es lícito negarse  a semejante zona de promesas?

En este punto recordemos que el psicoanálisis es posible, únicamente si hay paciente, y que la cura tiene que ver con el psicoanálisis. Va a ser necesario convivir con estas cuestiones e intervenciones al principio, de la misma manera que es menester tener en claro qué lugar ocupan en el dispositivo que vamos armando, y cuáles son los precios que indefectiblemente hay que abonar para tener la posibilidad de encontrarnos, entonces sí, con las formas de lo dicho y lo no dicho.

Tal vez el Clonazepan cumpla con parte de lo prometido, tal vez no. Estamos ante un fenómeno que toma las formas de guerra de guerrillas contra la subjetividad padeciente. Atacará y se irá, como vino, sin dejar huellas aparentes, pero con la sensación desestabilizadora de un retorno “en el momento menos pensado.”

El efecto maternante tiene que ver con un cuidado farmacológico preventivo. El sujeto no sabe de dónde vino lo que vino, pero tiene la certeza de que puede y va a volver. Ante estas circunstancias, no hay nada que genere mayor seguridad, protección, cuidado, que un Clonazepán en la cartera de la dama y el bolsillo del caballero.

Cierta psiquiatría habla de ataque de pánico y trastorno de pánico y profundiza el proceso de desubjetivación o reestructuración subjetiva, según se mire.

Quien padeció antes el cuadro, padece ahora un trastorno, cuya principal manifestación es el constante miedo a que el ataque se repita. Obviamente, es muy difícil pensar y sentir que no se va a repetir aquello que no se sabe de qué vino ni porqué.  Paradójicamente, es detrás de esta segunda etiqueta que se abren las más claras posibilidades de intervención. Tal vez en la incertidumbre angustiosa se cree el caldo de cultivo propicio para que puedan instalarse las necesarias preguntas que hagan huella en la búsqueda del carozo de la cebolla.

El ataque de pánico medicado instaura una nueva angustia, más permanente, que es el de la incertidumbre, el de no saber qué fue lo que se atemperó, lo que desapareció, y por lo tanto queda la expectativa ansiosa de su retorno. Y allí estamos en lo que la psiquiatría llama trastorno de pánico.

El sendero de la recidiva está marcado y suena inexorable.

El psicoanálisis necesita el auxilio de la angustia para poner en marcha los motores, Sólo que si la angustia es oceánica, no hay análisis posibles porque no hay liga ante tanto maremoto.

Paréntesis. No estamos en lucha contra el medicamento, ni con el farmacéutico de la esquina, y mucho menos contra el psiquiatra. Cuestionamos una concepción hegemónica que se representa en la medicalización y la medicamentalización del sufrimiento, con las operatorias que apuntan a obturar la expresión de los malestares.

Siempre hemos dicho que hay muchas condiciones que enferman, pero que lo que más enferma es cuando se reprime la circulación de la palabra.

Hablamos de hombres y mujeres del moderno sistema capitalista neo liberal, para el cual apenas son una pieza más de la maquinaria de producción. Se necesita aniquilar los síntomas, de la misma manera que es menester dormir la vivacidad infantil, que a veces es plus de alegría y otras, denuncia de abusos, violencias y otros maltratos, calladas por el metilfenidato.

Dicen los más osados que la psicopatologización del sufrimiento y su medicamentalización, suelen ser apenas dos partes del mismo movimiento. Por suerte uno ya no cree en las brujas. Pero no deja de causar escozor que la industria farmacéutica facture más que la armamentista, sea tanto que implementemos una mirada paranoide como otra más comprensiva acerca de su supuesta  intervención al servicio de calmar dolores del alma. Fin del paréntesis.

Va de suyo, por lo dicho hasta aquí, que no acordamos con la denominación de marras. No es un desacuerdo  caprichoso sino conceptual. El significante denominador reinstala las cosas en un lugar antagónico  a la contundente intervención de Freud cuando enlaza a Dora con sus síntomas. Nadie, a partir de allí, podrá decir que no tiene nada que ver con lo que le pasa. Pero que nada tiene que ver con ser culpable de sus padeceres.

Probablemente el sujeto no lo sepa porque perdió el nexo en el camino. Sin dudas estamos ante la presencia de un gran Otro que hostiga, pero vamos a atravesar este tramo con aquel primer Freud, el que sencillamente hablaba de la represión y el olvido como una expulsión voluntaria de la conciencia.

Si viajamos hasta allí, quedarán de lado por un rato los significantes porque necesitamos observar este desbarajuste. Producto de la guerra inter instancias, donde afectos y representaciones andan jugando a las escondidas, o mejor dicho, se repelen, como los polos positivos de un imán.

Sabemos que hay un divorcio irreconciliable en lo que alguna vez fue un todo, que es necesario que se vuelvan a juntar, pero por sobre todas las cosas, aprendimos que no es lo mismo el retorno de lo reprimido, que hacer consciente lo inconsciente.

Si bien rondaremos el concepto de angustia a lo largo del trabajo, preferimos detenernos  en otro aspecto central de lo que nos convoca; el asombro. La incómoda perplejidad que va desde la sorpresa al terror que recorre al sujeto cada vez que los avatares significantes le abren la claraboya al Inconsciente y se muestra a la luz del sol con su siempre descarnada expresión que pone a la vista todas las “suciedades” que nos habitan.

La dimensión del asombro es fundante, en el sentido que pone a la vista una incomodidad del sujeto consigo mismo.

No se trata tanto de reconocer que se desconoce, sino que desconoce esa sensación que lo invade, porque nada funcionaba desajustado hasta entonces. O al menos eso dice. O al menos eso cree. De eso se trata el asombro. Efecto de lo extraterritorial en su propio cuerpo.

Si nada es conocido, entonces ha de ser la muerte que viene a buscarlo. Pero los analistas sabemos, de lo poco que sabemos, que no hay noticias de la muerte en el Inconsciente, pero sí de la pérdida del desamor, cuya sola amenaza deviene desvalimiento.

No sabremos por dónde empezar, pero sí, que es por allí.

Es cierto que una lectura lineal del Freud de 1894 nos deja un tanto desarmados cuando nos dice sobre el ataque de angustia: (...)”no proviene de una representación reprimida, sino que al análisis psicológico se revela no susceptible de ulterior tramitación.”

Sin embargo, Luis Horstein, en diversas intervenciones, nos advierte sobre algo que ha quedado soslayado. La revolucionaria reivindicación que hace Freud del orgasmo femenino como factor de salud. Es demasiado a la letra suponer que quien logro adentrarse en las profundidades más oscuras del ser humano, finalmente se conforme con una solución higiénica a un problema tan complejo como son las neurosis de angustia. Más bien nos inclinamos a pensarlo como una descripción lacunar abandonada in eternun ante el predominio del interés que finalmente despertaron a su vocación investigativa, las psiconeurosis.

Lejos de ello, Freud a lo largo de su obra, profundiza los aludidos montantes de angustia de súbita aparición.

En la conferencia 32 de 1932 va a puntualizar que todas las condiciones de angustia "repiten en el fondo la situación de la originaria angustia del nacimiento, que también implico una separación de la madre". Y sigue, “A cada época del desarrollo le corresponde cierta situación de peligro (una condición de angustia):

El peligro del desvalimiento psíquico conviene con el estadio de la temprana inmadurez del yo; el peligro de la pérdida de objeto (de amor) a la dependencia de la primera infancia; el peligro de la castración a la fase fálica; y por último, la angustia ante el súper-yo, angustia que cobra una posición particular, al periodo de latencia.”

La sensación de desvalimiento, el miedo terrorífico a la pérdida del amor- sustento materno no es de causación simple. No proviene de un descuido, distracción o ausencia esporádica de la madre sino que es fantasmática pura en la que esa madre, la real, poco y nada tiene que ver con lo que el bebé proyecta en su borroso trazo.

Es ese patrón que ante fallas de la simbolización temprana, retorna terrorífico ante cada amenaza de desamor.

El odio y la culpa son, entonces, componentes ineludibles del llamado ataque de pánico, donde el ataque y el pánico actualizado se nutren en el eterno retorno de la retaliación ante el ejercicio del odio primitivo.

En el número dedicado al Odio, de esta misma publicación, citando a Melanie Klein,  intentábamos resumir aquel proceso temprano: “La autora describe al bebé con una intensa y prolífica actividad fantasiosa y un conglomerado de ansiedades que se despliegan en dos posiciones, la equizo- paranoide y la depresiva. El motor de estas ansiedades, que muchas veces no vacila en describir como terror, está ocasionado por la pulsión de muerte, el trauma de nacimiento y las experiencias tempranas de hambre y frustración. Como defensa se genera la disociación tanto del yo como del objeto en bueno y malo, que Melanie Klein llama pechos.  De esta manera el bebé proyectaría en el pecho bueno los efectos de las pulsiones vitales, y en el malo las intensas hostilidades que experimenta. En un niño dependiente, y con alta labilidad y sensibilidad, las sensaciones de desatención y hambre convocan e odio destructivo que es rápidamente eyectado hacia la madre mala. Pero a su vez se activan las sensaciones de retaliación que son introyectadas al yo. La madre buena es quien puede calmar estas ansiedades terroríficas. El odio y en terror, entonces, son las presencias inevitables de esta etapa. Algunas vivencias y modos de resolver estas ansiedades acompañarán al ser humano toda la vida.

El niño pasará luego a la posición depresiva. ¿Que cambia aquí? Anteriormente se veían como dos objetos parciales separados; ideal y amado, y perseguidor y odiado. En el periodo la principal ansiedad refería a la supervivencia del yo. En la posición depresiva la ansiedad también se siente por el objeto que ha sido dañado por el odio. Lo fundamental es advertir la  existencia de fantasías y sentimientos de odio en relación con el objeto amado, prototípicamente la madre. Estamos ante la primitiva aparición de la culpa.”

A raíz de sus padeceres el sujeto tiene urgencias, de la misma manera que vamos armando hipótesis a las cuales necesitamos proteger de un posible furor curandis o una destemplada empatía con el sufrimiento de quien consulta.

Todo en su medida y armoniosamente, cuentan que decía Pericles. Bien puede ser una premisa del Psicoanálisis, siempre y cuando no nos durmamos en el bienestar del Nirvana, tan equivoco en sí mismo.

Volvamos.  Contarle al sujeto su novela, el saber hipotético de sus padeceres, es instalarlo en una posición de tuteo con su angustia hasta que una nueva irrupción lo confronte con que  no había ninguna amistad ni cercanía.  También los analistas tropezamos más de una vez con la misma piedra. Es que de lo que se trata no se transcribe en oraciones. La búsqueda del carozo de la cebolla, decía Freud. Esa tarea de sacar capa tras capa hasta encontrarnos con el vacío, cuando ya no necesitamos el carozo. Es que en ese trayecto van apareciendo los retazos de sentido. No se trata de enfrentar un síntoma sino a la vida misma, a la forma en que la hemos venido caminando. Que se desentrañe eso requiere más la oreja que la lengua.

Ya dijimos que, siguiendo a Lacan, pensamos la angustia como una irrupción en relación a los desajustes, eternos, con el gran Otro. Pero en el trabajo de análisis, para intentar desarmar el entramado, precisamos posar la atención en los semblantes que lo representan.

La angustia es un fenómeno singular pero en relación a los dones y quitas del otro. Singular, en el sentido que da el psicoanálisis. Historia única e irrepetible.  Subordinar la angustia y sus formas de irrumpir, a los dictados del DSM IV es barrer precisamente con la singularidad.

A modo de síntesis de lo recorrido hasta aquí; La angustia del ataque es terror a la muerte. La muerte es terror al desamparo. El desamparo es terror a la soledad que deviene en muerte ante el ataque retaliativo de esa madre amada- odiada y muerta en ausencia, después que la necesidad devino deseo y evidenció la dependencia, ya no de alimento sino de ese amor que nos hace vulnerables.

La angustia puede tomar múltiples formas, pero nada cambia la diferente concepción del abordaje que diferencian a la psiquiatría del Psicoanálisis. Mientras que para la primera, la angustia es un sentimiento nocivo que hay que erradicar, batallándolo con una buena dosis de medicación que la coagule, aunque se lleve puesta parte del sujeto, para el Psicoanálisis es una mensajera. A lo sumo habrá que calmarla un tanto para que sea posible transitar a su lado, pero es un acompañante necesario para qué empiece a hacer pregunta, y posibilitar el análisis.

Esa angustia, que llaman pánico, enmudece al sujeto por vía de ese orgasmo angustioso, orgasmo que remeda, centímetro a centímetro en sus expresiones corporales. Sin embargo, lo que en la relación sexual es una liberación que inunda placer, en el ataque de pánico sólo anticipa muerte.

El analista debe proveer paciencia y empatía en un primer plano, y ayudar a rehabilitar la palabra obturada por la angustia, porque es necesario ubicar los hechos en el medio de la historia del analizante para que algo recobre sentido. No se trata de recordar sino de establecer nexos.

Hay quienes pretenden enlazar estos cuadros como patologías de época. Toda la literatura lo desmiente.

No se puede, no obstante, soslayar la influencia epocal.  Freud mismo decía que no nos sentimos cómodos en la civilización del presente.

Algunos psicoanalistas toman a la filósofa  eslovena Renata Salech, que hace un interesante recorrido situando la angustia en 3 épocas diferentes.

1. Después de la primer guerra mundial cuando el uso de las armas de destrucción son el resultado de la segunda revolución industrial.

2. L experiencia ominosa de la Shoa y la bomba de Hiroshima

3. los ataques terroristas y la amenaza de guerra bacteriológica

Refiere al  acontecimiento social que impacta directamente sobre la subjetividad.(inquietud, sobresalto e incertidumbre). Pero sin perder de vista que en definitiva será la historización de cada quien lo que determine las formas de su incidencia.

Precisamente allí es donde se para el Psicoanálisis que propone la rectificación subjetiva que cambie la relación del sujeto con su angustia.  Allí se abre otra diferencia. La medicación promete la calma somnolienta, el psicoanálisis convoca a entender la incomodidad consigo mismo. El Psicoanálisis trabaja en desentrañar los mecanismos de producción de los síntomas de limitan la vida del sujeto, mientas que la medicación, obtura la metáfora, adormece, y en ese sopor, algo queda no dicho.

Los llamados ataques de pánico entonces, son puesta en escena traumática, independientemente de que no podamos aún capturar el factor desencadenante. Que estemos orientados hacia el primer tiempo del trauma nos abre una aventura interesante que, a mediano tiempo se promete reparadora para la psiquis del analizante.

Finalmente, un extracto de la intervención de Luis Horntein en el reciente XIII Congreso Nacional de Salud Mental que se realizó de manera virtual, organizado por la Asociación Argentina de Salud mental, pretende ser un cierre al conjunto de pensamientos, no necesariamente coherentizados entre si, que pretendimos traer en debate:

“(…) la genealogía de la angustia tiene para Freud un correlato psicopatológico. La angustia frente a la pérdida de objeto habla de un yo frágil, que tendría que ver hoy con problemáticas narcisistas, trastornos borderlines; la angustia frente a la pérdida de amor del objeto tiene que ver con la histeria; la angustia de castración con las fobias; y el predominio de la angustia frente a la pérdida del amor del superyó, tiene que ver tanto con las depresiones como con el masoquismo y con la neurosis obsesiva.”

“(…) Hoy en día nos encontramos, y trajeron a colación el invento del trastorno de pánico, con gente que está avasallada, nada menos que en el medio de esta pandemia, la incertidumbre, la imposibilidad de entender qué es lo que uno está viviendo, o la necesidad de postergar la conclusión a cuando algo de esto concluya. Hay que retomar la primera teoría de la angustia, pensando cantidades que circulan, no pudiendo ser simbolizadas. Siempre la angustia es relativa a la capacidad de simbolización del aparato psíquico. Es traumático para Freud todo aquello que excede la capacidad de simbolización. Repensar la angustia, ya no como señal sino como atravesamiento que no pudo ser simbolizado.”

Va de suyo, que no se nos ocurre minimizar la angustia. Muy por el contrario, en un todo de acuerdo con Piera Aulagnier nos planteamos que calmar la angustia es una de las tareas primordiales del analista. Lo que está en juego es el abordaje que viene de la mano de la concepción de sujeto, de la angustia, y sobre todo de la felicidad.

 

Bibliografía de referencia

 

American Psychiatric Association. (1994). Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV). Masson.

Freud, S (1894) “Sobre la justificación de separar de la neurastenia un determinado síndrome en calidad de neurosis de angustia, Tomo III, Primeras publicaciones psicoanalíticas, Obras completas, Amorrortu.

Freud, S (1919) “Lo Ominoso”, Tomo XVIII. “De la historia de una neurosis infantil (caso del «hombre de los lobos»), y otras obras (1917-1919)”, Obras completas, Amorrortu.

Freud, S (1920) “Más allá del principio de placer”, Tomo XVIII. “Más allá del principio de placer, psicología de las masas y análisis del yo y otras obras”, Obras completas, Amorrortu.

Freud, S, (1893), Tomo 2, Estudios sobre la histeria (1893-1895), Obras completas, Amorrortu.

Freud, S, (1932), “32 Conferencia” Angustia y vida pulsional”, Tomo XXI “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis y otras obras”, Obras completas, Amorrortu.

Freud, S, 1916 [1917], Conferencia 25° La angustia. Tomo XVI Conferencias de introducción al psicoanálisis parte III,  Amorrortu.

Freud, S. (1895). “Obsesiones y fobias”,  Obras completas. Tomo III,  Amorrortu.

Garaventa, J, (2020) “El Odio”, Actualidad Psicológica, Año XLV,  Nº 497.

Hornstein, L, (2013),  Encrucijadas actuales en Psicoanálisis, Fondo de Cultura Económica.

Klein, M, (1937), “Amor, culpa y reparación”, Tomo I, Obras Completas, Paidos

Lacan, J, (1962) “Seminario X La angustia”, Seminario X.  La angustia. (1962- 1963), Paidós.

Laplanche, J y Pontalis, J, B, (1996), Diccionario de psicoanálisis,

Paidós.

Salecl , R, (2018) “La angustia”, Ediciones Godot.

 

* Publicado en Actualidad Psicológica