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El Paraíso de los desangelados

El eficaz matrimonio entre el Paco y la Pobreza


Por Jorge Garaventa*

(para La Tecl@ Eñe)

Ha sido tan tenaz y despiadada la culturización contra la intervención del Estado como regulador de derechos y deberes, que es una ardua tarea identificar los daños que produjo semejante patraña destinada a preservar los privilegios de los que más quieren y pueden.
 

Dicho en simple, los impulsores de la libertad de mercado relegan al Estado a un rol de intermediación ya que, afirman, las fuerzas de la oferta y la demanda operan por si mismas regulándose en el seno de la sociedad.
Además de los estragos a la vista luego de la aplicación cruda de estos principios de liberalismo salvaje, algunas observaciones socio jurídicas nos permiten apreciar la falacia de lo que se sostiene para lo macro.
 
La Justicia ha determinado, al menos hasta ahora, que no es posible implementar el modelo de mediación de resolución de conflictos cuando de violencias se trata. Basa su aserto en la presunción de inequidad de las partes y la sospecha probada de que este tipo de funcionamiento finalmente beneficia a quien tiene mas poder, léase en este caso, a quien ejerce la violencia.
 
Esta concepción entonces, es perfectamente trasladable a la macro economía. Cuando el estado abandona su rol esencial de equilibrar las posibilidades de desarrollo de una vida digna para cada ciudadano se agudiza la injusticia social con consecuencias alarmantes para la supervivencia de algunos y la tranquilidad de todos.
 
Pero para que recordar todo eso si estamos en los años 90, acabamos de entrar al primer mundo y desparramamos dólares despreocupadamente que finalmente apenas vale un peso. Volvemos a tener un presidente rubio y de ojos celestes y las relaciones carnales nos hacen cada vez menos morenos. La convertibilidad no es únicamente peso/dólar. Trocamos nuestra subjetividad latinoamericana. Somos felices portadores de una identidad yanqui- europea. Finalmente entramos a la civilización por la puerta grande. Estamos en la caravana de la felicidad, somos responsables de nuestros destinos, por eso elegimos y reelegimos. No se trata del voto cuota como se simplificó. Elegimos Primer Mundo, elegimos sueño europeo, elegimos sueño americano.
Todo sueño tiene un despertar y el nuestro fue cruel, crudo y violento porque diciembre de 2001 vino a reclamarnos por todo lo que habíamos gastado a cuenta…y no teníamos con que responder. Y encima advertimos, no sin cierto horror, que el sistema que habíamos ayudado a conformar no nos contenía. Mas bien lo contrario. Tampoco había Estado.
 
El tema de las drogas y la adicción concomitante no ha sido tratado con seriedad. Me refiero a que, excepción hecha de iniciativas aisladas, no ha habido políticas centrales, coherentes, claras y unificadas, razón por la que, lejos de solucionar algo, se despeñó en el clásico e inútil desperdicio de recursos.
 
Nunca se terminó, tal vez ni siquiera se comenzó, de entender que un problema de salud mental propiciado por el deslizamiento social o el desnivel estructurado que hace eje en una predisposición psíquica, no puede ser resuelto con herramientas jurídico policiales aunque estas se disfracen de sanitarias o educativas...
 
No hacemos un giro caprichoso en el tema. Intentaremos mostrar de que forma la crisis de la “desconvertibilidad” impactó de pleno en esta problemática. Pero antes es necesario aclarar que este escrito esta lejos de cualquier pretensión moralizante.
 
Concebimos la adicción como una relación patológica entre un sujeto y un producto como efecto de la cual aquel sufre un sometimiento y consecuente deterioro psíquico o físico que le imposibilita el acceso a un desempeño vital pleno. Los productos conductores pueden ser más o menos dañinos para quien los consume. Hablamos de una droga, un juego de PC, o Tinelli.
 
Hace 25 años advertimos que, aunque sutilmente, los barrios carenciados, las villas, comenzaban a ser sembrados por marihuana o cocaína. El sistema era el hoy ya clásico: el primero te lo regalan, el segundo te lo venden. Se sabe, en una sociedad que se precie de capitalista la adquisición de productos que sean funcionales al sistema es facilitada. La forma de tener es vender, y el círculo termina de cerrarse. El joven humilde tiene acceso al producto y el más acomodado socialmente se garantiza puntos de expendio.
 
De paso se afinan mecanismos de control social y negocios turbios. Mientras el tráfico andaba por otros lados, se había logrado armar un escenario imprescindible. Cuando se necesitaba mostrar un avance en la “lucha contra el flagelo”, bastaba reventar una casilla.
 
La década prodigiosa fue aún más benévola. De distintas gradaciones pero ricos y pobres consumían droga de calidad. Después de todo, hasta las propinas eran en dólares.
 
La debacle del 2001 puso los dólares allá donde siempre debieron estar, y si bien muchos perdimos, hubo otros muchos que sencillamente volvieron a su lugar de perdedores perpetuos.
 
El capitalismo imperial no está dispuesto a ceder mercados cautivos y si bien no puede mantenerse la calidad, eso está lejos de ser un obstáculo. Aparecen los supermercados alternativos y las segundas marcas, y en la villa aparece el Paco, diminutivo de la pasta base de cocaína.
 
Cuesta creer que alguien haya planificado vender veneno para humanos de forma tan impúdica pero…el futuro llegó.
 
Si bien se la conoce como un desecho de cocaína, un estudio más cercanos permite verla como una droga de diseño pensada macabramente para bajar los costos aparentes para el consumidos pero aumentando ostentosamente las ganancias del proveedor primero.
 
El esquema comercial es el mismo que aplicaron las empresas de telefonía móvil para mensajes de texto. La apariencia barata multiplica el gasto y consumo.
 
El Paco produce consecuencias gravísimas e inevitables para la salud, adicción casi automática con una urgencia que horada rápidamente barreras morales en el afán de proveer el alimento que esa boca incorporada demanda sin esperas. La desesperación genera violencias contra todo aquello que pueda cruzarse en su camino. Y estos muertos vivientes transitan horrorosamente su vida hacia la muerte o la cárcel en el mejor de los casos.
 
Esos son esos jóvenes malignos contra quienes se piensan los más severos escarmientos legales, condenados al vacio y la desesperanza pero además a ser una expresión degradada de lo humano. Aún, cayendo en lugares comunes diríamos, los famosos desheredados que no tienen nada que perder…ni ganar.
 
El Paco es un producto argentino que empieza a aparecer en algún otro lugar de Latinoamérica, pero es nuestro. Vino a hacer el fileteado del trabajo que antes hizo la dictadura. Los Redondos lo llamaron “ladrón de mi cerebro”. Nada más adecuado. Antes desaparecían los cuerpos, ahora los cerebros.
 
El matrimonio entre el Paco y la pobreza es de difícil disolución. Lograr el divorcio reclama que la sociedad entienda su implicancia en el fenómeno y los gobiernos implementen las necesarias políticas sociales y de salud mental. Y hablamos de urgencias porque el Paco daña más rápidamente que la cárcel o la muerte.
 
Los desangelados de siempre tienen su paraíso con fecha de vencimiento y lo pagan carísimo. Seres humanos condenados a una existencia que solo puede proveerles…otro Ser humano.
 

 
*Psicólogo