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Pasajeros de una Pesadilla
Pensando la Reinserción de las Personas que Delinquen


 

Por Jorge Garaventa*
(para La Tecl@ Eñe)




Los hermanos Schoklender… ¿son parricidas o cometieron parricidio? El inadecuado vocablo refiere tanto al asesinato del padre, como al del padre y madre, de lo cual se infiere, ya que estamos, que hasta en la muerte se escatima la presencia de la mujer. Desde lo nominativo, obvio, no del sufrimiento. Escuchando frases circunstanciales sobre el reflotado abuso y maltrato al que los hermanos fueron sometidos cuando niños se observa, no sin sorpresa, la velada indulgencia hacia la conducta paterna y el horror moral ante la materna: “ es terrible lo que hizo el padre pero, la madre!, no se puede entender que una madre haga eso…”
Así como maestros y maestras han de ejercer su santo oficio sin más pretensiones que el deber de su vocación, una madre es una madre y solo tiene derecho al abnegado rol que su condición de mujer le dispensa. Ni enfermedad, ni perversión, ni cansancio, ni nada. Ser madre es un destino de proveedora incondicional de amor…o se es puta.
Estamos lejos de que estas apreciaciones constituyan una digresión distractora. Veremos que en una sociedad que se rige por prejuicios y mandatos que no pocas veces se sinonimizan, la rehabilitación, reinserción o reeducación son conceptos difíciles de acuñar ya que ante la necesaria presencia de héroes y villanos, hay mas destino fatal que posibilidades de resignificar la vida particular.
El supuesto affaire de los Schoklender y compañía permitió la salida de algunos odios viscerales que se asomaron a la piel política sin pruritos que lo disimularan. Los 35 años de luchas de Madres, sin ir mas lejos, se transformaron en la farsa de una vieja autoritaria cuyos hijos, (seguramente torturados, asesinados salvajemente y arrojados a alguna fosa común o al océano), descansan pacíficamente en tierras españolas dilapidando lo que primero proveyeron los organismos internacionales y luego los brillantes negocios de los hermanos parricidas.

Alguna vez adoptamos, de manera provocativa, la convicción de que el motor de la reivindicación masiva de los Derechos Humanos en una sociedad que luchó poco contra la dictadura, es la culpa. Y cuando circunstancias coyunturales permiten demonizar a algunos de los estandartes que con su sola presencia denuncian la desidia social, el descuartizamiento público provee el ansiado alivio y la expiación. Avatares de la psiquis que crean interrogantes. ¿Cómo no se dio cuenta Hebe y lo adoptó como hijo? Interrogante que nos traslada a la Iglesia de Santa Cruz 35 años atrás. ¿Cómo no se dieron cuenta Azucena Villaflor y el resto de Madres y Familiares que Gustavo Niño, o sea Alfredo Astiz, era un asesino? ¿Cómo pudo ser que, tal como cuentan sobrevivientes convivientes, en la agonía de su tortura Azucena preguntaba por el ángel rubio a quien ella y otras habían adoptado como hijo?
Me exime de profundizar en la respuesta el carecer de la morbosa curiosidad de establecer si ante la desaparición de sus hijos, Las Madres, padecen una patología del narcisismo que les abre un hueco afectivo por el cual se cuelan estos gusanos. En ambas situaciones, separadas por 30000 desaparecidos se puede ver la mano generosa de una madre brindando su amor desinteresado a quien cree vulnerable ante sus circunstancias. Y punto, porque de lo que intenta tratar este escrito es de como los mecanismos institucionales de la sociedad, y la sociedad misma con su indulgencia van permitiendo que se desarrolle sin reparos la subjetividad de un psicópata que bien puede ser un asesino, violador, estafador. Sea cual fuere el ropaje, no son pocas las veces que las instituciones agravan y consolidan.
Prefiero dejar entre paréntesis y para desarrollar en otro momento, si abusadores o violadores deben ser incluidos en un registro que alerte a la población sobre eventuales reincidencias. En una primera lectura pareciera que se avasallan los derechos de un individuo que ha saldado su deuda con la sociedad, condenándolo a una vigilancia de por vida como consecuencia de lo que otros, con conductas similares a las propias ha cometido. Pero lo cierto es que la alta reincidencia, sumada a lo que la epidemiología psico jurídica ha podido establecer, bien vale que al menos se analice el tema con seriedad ya que no casualmente, la tasa de delitos sexuales contra mujeres, niños y niñas mantiene su alto nivel de ocurrencia, indiferente al aumento de penas.
Este atajo reparatorio tiene que ver con un nudo central de este desarrollo: las cárceles son el punto culminante de una especialización delincuencial que de la violencia familiar y social, nos gusta la denominación de callejera, recala en los institutos para niños, se pavonea en los “reformatorios” de adolescentes y finalmente se doctora en las cárceles donde luego de su pasaje, difícilmente haya retorno hacia una vida digna producto de un proceso de reinserción planificado.
Este camino en que se consolida la personalidad psicopática como la única forma de habitar este mundo, hay excepciones, en todos lados, pero nos ocupa y preocupa mas como se consolida la máquina de fabricar marginalidades que las “fallas” de ese sistema.
El objetivo, ampuloso por cierto, es confrontar a la Sociedad para que revise sus concepciones punitivas, a los legisladores para que puedan distraerse de las coyunturas produciendo instrumentos legales trascendentes que apunten a la conformación de principios de convivencia mas comprometidos en lugar de leyes escoba que sirvan para tirar a la basura la “escoria” social. La Justicia debería por su parte retomar la función didáctica y reparatoria para lo que alguna vez fue creada. La actitud punitiva y aisladora, está hoy a la vista, lejos de solucionar problemas sociales termina creando un caldo de tentación para los violentos en el que el grueso de los individuos, voluntariamente o no, terminan envueltos.
El objetivo último de la Justicia no es el encierro y menos aún la degradación como suele ocurrir con quienes pueblan las cárceles. La privación de la libertad es un recurso con que se cuenta, y a veces el único que se utiliza, pero no constituye la esencia del sistema, o no debiera serlo.
No se trata de que quien delinque deba sufrir vejámenes o maltratos o pudrirse en la cárcel como pregona un importante sector social para quienes, como decíamos antes, la proyección de la demonización alivia e indulta.
La tríada reflexión- reeducación- reinserción es una síntesis de lo que pretendemos plantear.
Las víctimas de delitos para poder procesar lo que han sufrido necesitan una reparación acorde al daño que se les ocasionó. Dicha reparación puede ser concreta o no pero lo cierto es que la reparación simbólica que implica un individuo juzgado y condenado por un delito ocupa un lugar central en la psiquis de quien se vio perjudicado, pero también en el tejido social ya que una transgresión a las normas de convivencia establecidas y acordadas daña no solo a la víctima directa sino al resto de los individuos sobre todo a quienes hacen del respeto a la ley un estilo de vida. Luego, acorde con la falta los tribunales decidirán cual es la pena, pero el proceso de rehabilitación social y personal ya estará en marcha.
Colocar y dejar desatendido a un sujeto en un depósito de humanos es un doble descuido, hacia esa persona y hacia la sociedad ya que se siguen fomentando todos los valores que concurrirán en la reincidencia.
No nos cansaremos de decir que la cárcel ha de ser para el individuo no un lugar de sufrimiento taliónico sino un espacio de reflexión que, ante la pérdida de libertades y carencia de cotidianeidades vaya creando elementos que faciliten la introyección de normas de convivencia. Imagino algunas sonrisas y otros asombros pero lo cierto es que la cárcel nunca fue pensada como un lugar de castigo y escarnio sino de rehabilitación.
Lejos de ello, cárceles e instituciones de niñez y juventud constituyen espacios divididos en distintos cotos mafiosos, no sin complicidad con gran parte de quienes deberían velar por la rehabilitación.
La reinserción social de un individuo que pagó sus cuentas con la sociedad debería ser asistida y subsidiada por el Estado ya que sabemos el temor, la desconfianza y la discriminación que un ex convicto sufre en el regreso a sus espacios cotidianos.
No sin preocupación escuché precisamente en el caso Schoklender que intelectuales de una alta valía reflexiva parecían perder su rumbo al preguntarse como podía ser que Hebe hubiera confiado de la forma en que lo hizo con un parricida. De ahí mi interrogante inicial. ¿Es un parricida aunque haya cumplido con todos los preceptos que luego del asesinato de su padre y madre le impuso la Justicia? ¿Para que el monto de la pena entonces? Tal vez sea leído como un preciosismo gramatical pero no dudo que habrá una sociedad más justa cuando no haya delincuentes sino personas que delinquen. La malvenida que se les da en el retorno al mundo cotidiano es una maestría para consolidarse en el rol de delincuente, aunque no sea lo único.
Lo cierto es que así están hoy las cosas y no parece avizorarse un retorno a las fuentes mientras la sociedad no asuma que la delincuencia es una parte consistente de ella misma y a su vez se la siga azuzando con campañas de inseguridad que alertan sobre los monstruos, que no son gente como uno, y vienen a matarnos.
Finalmente, no se puede desatender una cuestión. Por las razones que mostramos, o por otras, la reincidencia es un hecho cotidiano. Importa poco la tasa, sí su recurrencia.
El Estado debería implementar políticas que garanticen la reinserción de alguien que va a chocar con el desprecio y la desconfianza social. La tarea dentro de los lugares de reclusión debe apuntar a proveer oficios y profesiones cuya oferta ha de ser acorde a las necesidades sociales. Algo de eso hoy existe, pero aún son privilegios y están asociados a la concepción de premios o castigos.
Hay otras personas cuya reincidencia está asociada directamente a cuestiones psicológicas pero su estructura está lejos del target que permite la derivación a un centro psiquiátrico.
Abusadores y violadores son portadores de una tendencia muy difícil de detectar previamente pero que estadísticamente se la sabe propensa a la reincidencia pulsional. Aquí no se trata de propender a la reeducación, fragmentaria a este tipo de estructuras. Aquí el camino a la reinserción debería ser terapéuticamente tutelado. Legalmente, y hasta que se cumple la pena, tanto las salidas transitorias como el cumplimiento anticipado está en relación a buenas conductas, de lo cual estos individuos pueden hacer galas.
La Psicología y la Psiquiatría deberán seguir cuestionándose si efectivamente no es posible prevenir sus conductas o no se han hallado herramientas adecuadas de detección.
Mientras tanto la promoción hacia la recuperación de la libertad debe estar sujeta a procesos terapéuticos con profesionales idóneos, de sólida formación en técnicas científicamente verificables.
De lo que se trata es que la sociedad advierta que debe tener gestión activa en la supresión del delito pero tomando conciencia, como hemos dicho en otras oportunidades que quien delinque, “no brotó de una piedra ni cayó del cielo.”

*Psicólogo