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El silencio de los inocentes y de los impunes

Jorge Garaventa

 

Es un canto que uno escucha todo el tiempo, como el de los pájaros al amaneces, pero carente de toda belleza y más bien cargado de cierta intencionalidad... ¿Por qué tardó tanto en denunciar?

Los jóvenes, hombres y mujeres, niños y niñas de ayer alzan sus voces y señalan, los que pueden,  a quiénes hicieron de su niñez un infierno.

Un esfuerzo tremendamente difícil de relatar por quienes padecieron los abusos sexuales pero también por los que elegimos acompañar algunos tramos de su dolor.

De lo primero que se los acusa es de ponerse en víctimas. No se ponen. Lo son!!! Reconocerse como víctimas es el primer paso para poder hacer algo con lo que otros hicieron con ellos, como bien decía Sartre. Una víctima es alguien que ha sufrido un tremendo abuso de poder y los recursos de su psiquis fueron sobrepasados por un estímulo traumático superior a sus posibilidades de respuesta.

El abuso sexual contra niños y niñas no lo comete cualquier persona sino alguien afectivamente muy significativo que en general está en función parental, tutelar, educativa. Es un adulto que ha logrado despertar cariño y admiración a través de acercamientos engañosos. A la respuesta amorosa el abusador responde con la irrupción de su sexualidad perversa y su psiquis psicopática. Las amenazas alertan al niño en el riego de perder su vida o la de sus seres queridos, pero no sólo por lo que el abusador sostiene que va a hacer sino por lo que ya hizo.

Siempre dijimos que mientras la violación implica el uso de la fuerza, el abuso es producto de la seducción. Y la diferencia es sustancial para entender el silencio.

Si bien es cierto que el temor lo fortalece, son más contundentes la vergüenza y la culpa que derivan de la sensación de haber consentido y provocado el abuso. Ese es el pacto que sella la impunidad.

Hemos dicho en no pocas oportunidades que el abuso traumatiza pero que no es menos traumatizante la no circulación de la palabra ya que esta impide la elaboración, la visibilización y la denuncia que posibilitaría la reparación simbólica de semejante daño.

Por otro lado el silencio va fortaleciendo la culpa y genera la permanencia del recuerdo como un presente continuo.

El abuso sexual puede durar minutos, semanas, meses o años. En la mente de quien lo padeció permanece todo el tiempo en forma de dolor agudo que se deglute cualquier ilusión vital.

En muchos y muchas, por distintas razones la palabra logra atravesar el blindaje y se hace grito, a veces propio, a veces colectivo.

Pero la sociedad no se hace tierna ante quien puede decir. Muy por el contrario. La verdad se vuelve incómoda porque revela que tanta cantidad de abusos no pueden ocurrir sin algún grado de complacencia social. Y si no la hubiera, tampoco es que se produce una conmoción solidaria, más allá de las réplicas mediáticas que generan un horror tan efímero como la noticia misma.

Y quien denunció se convierte rápidamente en un personaje incómodo. Si su malestar persiste, como es de esperar, no hay espacio para la contención en una sociedad insensibilizada que encima visualiza los deberes del Estado de estar presente ahí, como un premio a la holgazanería.

Pero pobre además si se le ocurre transitar alguna mejoría con tramos felices. ¿En qué quedamos???? ¿No era tan grave???

Esto es apenas un esbozo de un tema preocupante. Los abusadores sexuales de niñas y niños construyeron su propia impunidad al terrible costo de un dolor permanente para sus víctimas.

El Estado, que publica estadísticas alarmantes debería estar allí haciéndose cargo de que la persistencia del delito tiene que ver con la ausencia preventiva y la doble moral social. Tampoco está para la indelegable función de responsabilizarse de algo del destino de aquellos que descuidó.

Pese a todo, algunos logran asomarse del infierno y decir sin que ello sea precisamente el fin de tanta pesadilla.

La esperanza, ingenua, que subyace a este artículo es que podamos dejar de preguntar por qué no haló antes, y que si pese a eso el interrogante permanece lo podamos convertir en, ¿y cómo la pasaste todos estos años?

Si estamos dispuestos a escuchar seguramente la primera pregunta cae por su propio peso.

*Escrito el 1 de mayo de 2019, un día de lucha y de dolor