¿Sujetos De Derecho O De Revictimización?
El Ambiguo Lugar Social De La Niñez
(para La Tecl@ Eñe)
La foto de Ricardo Mollo y la niña llorando en sus brazos estalló en las redes.
El músico denunció que la niña fue abandonada por su padre, dormida en el
automóvil, para poder ir al recital. Dice el cantante que la niña se aferró a él
y no lo quería soltar. Es lógico: de donde vino no era bueno, hacia donde iba
tampoco, aunque ambos, origen y destino, fueran lo mismo. Pasado el show y no
habiendo intervención institucional alguna, la niña ha vuelto a su hábitat
cotidiano a seguir jugando su destino de desecho entre dos adultos que no saben
que hacer con “eso” que engendraron. Esa es la vida de mucha infancia que,
apenas en años comenzará a vomitar hacia la sociedad los efectos del abandono y
el destrato con que la criaron.
Por Jorge Garaventa*
La foto de Ricardo Mollo y la niña llorando en sus brazos estalló en las redes.
El músico denunció que la niña fue abandonada por su padre, dormida en el
automóvil, para poder ir al recital. Por eso arremetió con ella en brazos,
contra todos los presentes. ¿Quién es el animal…? refiriéndose al progenitor.
Por más sensiblera y repetitiva que parezca la referencia, vamos a plantearla
igual: si hay algo en lo que el mundo animal descolla, es en el celoso cuidado
de sus crías. Pero se entiende, que Mollo, en su indignación extrema, haya
vomitado lo primero que se le cruzó por la boca. La aparición del padre de la
niña, el sermón público y los insultos masivos del grueso de los asistentes
completaron el cuadro. La disputa posterior, a través de los medios entre la
madre y el padre de la niña acerca de quién de los dos la había abandonado
menos, fue el fileteado perverso con el que se cerró el capítulo. Nunca supimos,
y probablemente tampoco sabremos, cómo terminó el asunto ya que, si no hay una
importante dosis de espectacularidad y perversión, el tema ya carece de interés
para los medios masivos y sus lectores.
La imagen emocionó hasta las lágrimas a las almas sensibles y bien
intencionadas, y sin embargo la forma en que se fue resolviendo el imprevisto
está lejos de ser la más adecuada ya que se terminó sobreexponiendo a la niña.
Esta referencia está lejos de ser una crítica destructiva ya que, instalada la
sorpresa, cada quién reacciona de acuerdo a lo que su espontaneidad le responde.
Desde la derogación formal de la llamada ley de patronato, en el año 2005, que
obligaba al “cuidado” del niño y en virtud de lo cual se establecían políticas
de “protección” extrema, rige la de “Protección Integral de la Niñez”, nacida de
la proclama que caracteriza al niño como “Sujeto de Derechos”. El cumplimiento a
rajatabla de dicha legislación pondría en el eje de acciones y decisiones “el
interés superior del niño”, pero el recorrido de las políticas de niñez nos
muestra que, como decimos a menudo, si no hay un cambio en la cabeza de quienes
tienen que velar por crear las condiciones de su aplicabilidad, cualquier
legislación, por moderna que sea, es letra muerta.
Seríamos injustos si dijéramos que nada cambió, pero más injustos aún si no
planteáramos en su verdadera magnitud la situación de gran parte de la niñez.Lo
que desde hace años venimos denominando “educación golpeadora” ha cambiado de
status. Ya no es la ostentación pública del maltrato sino la vergonzante, la que
se realiza intramuros pero que cuando se filtra se la justifica rápidamente en
función del ya convocado “interés superior del niño”, a partir de lo cual, un
logro social y legislativo es finalmente banalizado para ser expresión de “más
de lo mismo”.
La más moderna legislación sobre el tema enfatiza la necesidad de darle valor y
espacio a la palabra del niño, lo cual implica, ni más ni menos, que
credibilidad. Muchos jueces y juezas que basan sus fallos en la necesidad de
entender que las leyes son letra viva sujetas a revisión desde la conciencia
judicial, no vacilan en ponerse literales a la hora de establecer que pasa
alrededor de un niño y deciden audiencias revictimizantes con el fin de
“escuchar su palabra, como marca la ley”. Cuesta muchas veces mantener la
paciencia frente a esos grandulones; jueces, fiscales, abogados, dispuestos a
lanzarse en bravías desmentidas contra el testimonio infantil.
Aguardamos desesperanzados que se adopte y se cumpla en todo el país la llamada
“Ley Rozanski”, así bautizada en alusión a su redactor, el honorable presidente
de la Cámara del Crimen de la provincia de Buenos Aires. Dicho instrumento
establece que el niño sea entrevistado una sola vez por un psicólogo destinado a
tal efecto, y que dicha declaración sea la que recorra todo el trayecto del
juicio.
Aún nos dura el asombro por la actuación de un fiscal que llamó a declarar a un
niño de 5 años que había robado un juguete a otro de su misma edad en la escuela
y fue denunciado por el padre de la “víctima”. Ante el repudio generalizado,
incluso en el Poder Judicial, el funcionario adujo que no se trataba de otra
cosa que escuchar la palabra del niño, tal como lo obligaba la letra de la ley.
Si bien el ejemplo es grosero, tropezamos cada día sin sutilezas de la mas
variada inventiva al servicio del ninguneo de la palabra de los más pequeños. No
viene al caso en este escrito pero hasta cuadros psicológicos psiquiátricos se
han inventado tratando de obturar el decir y la escucha.
Algunas palabras en referencia al comienzo para que no parezca descontextuado.
La escena en cuestión es paradigmática. Mollo enarbola en el escenario a una
niña en llanto desesperado. Un acto innecesario de sobreexposición. La niña fue
abandonada en un automóvil, aparentemente por el padre, pero luego del duelo
mediático entre ambos ya no importa por quién. No pudieron bajarle el tono a sus
disputas ni a la diversión que cada uno se planteaba. Ergo, la niña fue
depositada como un paquete mientras el papá se iba a una fiesta y la mamá a
otra. La disputa era por ver quien era más fuerte y no se quedaba con ella.
El desafío es poder pensar la niñez desde su realidad extensa.
Los medios masivos pivotean, como formadores de opinión, en torno a dos
cuestiones: la falta de límites por un lado, y el crecimiento del delito infanto-juvenil,
por otro. Solo temporalmente retratan a la niñez victimizada: cuando es “sujeto”
de tapa, y mientras dure la sensibilidad social.Será tema a retomar en otro
momento, pero recalquemos: los medios, más que informar, forman, y mas que
formar, uniforman, o al menos intentan, que el pensamiento social dominante y
hegemónico sea el de los grupos de poder a los que representan. Es lógico que
así sea, y por eso es aún más lógico entonces que se establezcan desde el
Estado, políticas y legislaciones que apunten a garantizar la voz de los
silenciados.
Volvamos a lo nuestro. Aún en los años más felices se puede descubrir un poco de
polvo debajo de la alfombra. Nos maravillamos con aquel slogan que martillaba
que “los únicos privilegiados son los niños”, un decir que en ese caso casi
excepcional, iba acompañado de políticas públicas que aún hoy rinden dividendos.
Pero hoy, que ya iniciamos el camino de retorno podemos mirar entre los
pliegues. Y aunque nada le quita méritos a las acciones justicialistas de la
década del cincuenta, acordemos que no estamos hablando de privilegios sino de
dar a los niños lo necesario para el ejercicio pleno de sus derechos.
Si volvemos a nuestros días no nos queda más que preguntarnos ¿Cómo fue?
¿Cuándo? ¿Cómo es que la sociedad necesita leyes de protección integral de la
niñez? Volvemos a la pregunta de Mollo y el animal. Es que si pensamos en
términos de slogans, podemos proclamar la felicidad de los niños, en la
marquesina, y por detrás del cortinado armarles el más cruel de los calvarios.
Hemos padecido el horror de la sustracción y matanza de niños para castigar al
otro en el marco de conflictos de pareja, pero lo que agrega un plus de
preocupación es cuando la Justicia, que debe señalar el camino de la prudencia,
en el fuero familiar, imita y agrava los métodos de la selva civil, ordenando
operativos reñidos con lo mas justo, pero sobre todo con los tratados
internacionales que nuestro país ha suscripto y que tienen, por ende, status
constitucional.
Tal vez, no estamos seguros, han quedado atrás las épocas en que se ordenaba a
las administraciones provinciales esconder la data de las desnutriciones
infantiles, pero el maltrato es tan amplio y generalizado que lo que sirve para
tapar el cuello destapa las piernas desnudas.
Solemos jactarnos en foros internacionales de tener las leyes más avanzadas en
términos de educación y niñez. Entonces nos encontramos con que proclamamos que
garantizamos la educación integral desde la niñez hasta la adolescencia, hasta
que tropezamos con la escandalosa falta de vacantes que nos hace estallar el
orgullo en pedazos y los encierra en containers y aulas de cartón.
Cuando la niñez ha sido castigada hallamos una adultez con rencores y venganzas
pendientes, u hombres y mujeres con la felicidad astillada.
Alguna vez Jean Piaget se dio cuenta que para entender al adulto debía primero
estudiar sistemáticamente la psiquis del niño. Nunca volvió. Su larga vida no le
alcanzó para cerrar la tarea pero sí para sellar la importancia de una infancia
feliz, o al menos atendida, escuchada y respetada. Freud y tantos otros
enfatizaron lo mismo.
Los niños y las niñas no son hombres y mujeres en pequeña escala. Son niños que
merecen vivir la vida de niños. No podemos todo, pero seguramente mucho. No nos
gusta, lo decimos a cada rato, la sociedad que nos toca vivir. Tal vez,
atendiendo a la niñez como corresponde es la forma más efectiva de cerrar el
círculo de la condena.
Dice el cantante que la niña se aferró a él y no lo quería soltar…es lógico…de
donde vino no era bueno, hacia donde iba tampoco, aunque ambos, origen y
destino, fueran lo mismo. Pasado el show y no habiendo intervención
institucional alguna, la niña ha vuelto a su hábitat cotidiano a seguir jugando
su destino de desecho entre dos adultos que no saben que hacer con “eso” que
engendraron.
Esa es la vida de mucha infancia que, apenas en años comenzará a vomitar hacia
la sociedad los efectos del abandono y el destrato con que la criaron…o no, pero
la probabilidad es alta y el poder punitivo está siempre atento a proteger al
sistema social de sus propios productos. Decíamos que tal vez no, porque los hay
quienes transcurren sus vidas en el contexto del sinsentido, la anomia y la
autoagresión. Los menos, transitan una “normalidad” costosa.
*Psicólogo