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Freud y una Trilogía del Des-amor *

 

Lic. Jorge Garaventa

 

Podríamos decir que hay dos libros de Freud que no pueden dejar de leerse juntos, y como mínimo, no pueden de­jar de leerse. Nos referimos a El Males­tar en la Cultura que vio la luz pública en 1930 y El porvenir de una Ilusión, es­crito apenas un par de años antes.

Se dice que esos escritos, más la carta que Freud remitiera a Einstein en 1938, muestran claramente el pesimismo freudiano sobre el desarrollo de la so­ciedad humana.

En realidad son las épocas en que libra­ba la batalla más dura contra el cáncer que finalmente lo dejara mudo, pero también es cierto que estaba inmerso en un mundo que padecía otros cánceres tan tremendos como el de su garganta: el fascismo, la guerra y el ser humano.

Entonces de lo que se trata no es pre­cisamente de un regocijo freudiano en su pesimismo sino de piezas de anto­logía en las que fundamenta su pensa­miento: el ser humano fabrica, recrea y ejerce los males que hacen infeliz su existencia. También es verdad que en el ejercicio de una lectura profunda de su producción termina teorizando como inevitable ese destino de restricción de la felicidad.

Freud situó allí la culpa como protago­nista central del desarrollo social y está en relación con la renuncia, tan necesa­ria como difícil de esquivar, al libre ejer­cicio de los componentes pulsionales y agresivos.

La institución familiar en primera ins­tancia y las organizaciones religiosas, como la iglesia católica, serán las en­cargadas de implementar este juego de lograr que los individuos se sientan lo suficientemente mal, tanto que no les quede más remedio que portarse bien. Como él mismo escribe: “… el precio del progreso cultural debe pagarse con el dé­ficit de dicha, provocado por la elevación del sentimiento de culpa…”

Lejos de ser un pesimista, se caía de su ilusión a cada rato. Pagó altos precios por su ingenuidad y fue justamente uno de los que más hizo para que las lectu­ras sobre la sociedad dejaran de serlo.

“...recomiendo la GESTAPO a todo el mundo.”, escribió y rubricó Freud en la frontera de su salida al exilio. El hombre que más comprendía al ser humano, no comprendía al ser humano, y se debatía entre la ilusión que le producía el por­venir del psicoanálisis y el malestar en esa cultura que violentaba la naturaleza del hombre.

Naturaleza irreversible, reconocerá en la cima de su pesimismo, cuando le dice a Einstein que no hay remedio, en una carta que dejaría a Marx opacado al decir que la violencia, en definitiva, apunta a consolidar la sumisión que una clase ejecuta sobre el todo, gracias a que tiene en sus manos la educación, la religión, la policía. En definitiva, los fundamentos últimos del poder, que para Freud era sinónimo de violencia.

Freud estaba convencido del poder de la palabra y del saber. Suponía, no lo dijo así, que el pesimismo sin fundamentos puede dar lugar a la desazón.

La desazón, sabemos, es una denomina­ción literaria de la depresión que con­duce a una atonía generalizada, pero al ladito leemos, incomodidad indefinible, que es la piedra basal de la demanda de análisis, o, dicho de otro modo, lo que pone en evidencia la desarmonía del su­jeto consigo mismo.

Pero también sabemos que la salida in­dividual es necesaria pero de corto al­cance como solución a las incomodida­des culturales.

Si se intenta hablar de un malestar se está escotomizando la verdad. Se trata de malestares, del colectivo social que agrupa por coincidencias identificato­rias pero no anula identidades o secto­res.

La organización social puede postergar, atemperar y hasta suspender el efecto de una estructura, pero el malestar será siempre individual, y es ahí donde el psicoanálisis tiene mucho por hacer y decir.

¿Es muy desencantador decir que el narcisismo y la culpa suelen ser el mo­tor de la solidaridad? ¿La hace menos efectiva o nos permite captar mejor los devaneos sociales e individuales?

No es casual que El malestar en la Cul­tura, lo mas “pesimista” de Freud haya sido posterior a El Porvenir de una Ilu­sión.

Decíamos recién: Freud nunca dejó de ilusionarse. No apostó a su pesimismo realista.

El 28 de Julio de 1929 le escribía a Lou Andrea Salomé: “...Ana ya le habrá dicho que estoy escribiendo algo y hoy he escri­to la última frase con la que terminará el trabajo (El malestar en la cultura-nota del editor). Sus temas son la civilización, el sentimiento de culpa y otras cuestio­nes elevadas y me da la impresión, y así ha de ser, que es un trabajo enteramente superfluo... Escribiendo este libro logré redescubrir las verdades mas banales.”

83 años después es uno de los libros fundamentales de la cultura occidental.

 

*publicado en el Nº 1 de Habemus Cultum- Noviembre de 2012.- www.habemuscultum.com